“Hoy, muchos parecen creer que los desafíos para la buena sociedad radican en las fallas de las instituciones estatales y en las acciones de la gente que está a cargo de ellas y no en el capitalismo.”
Niklas Olsen
Comentaristas, opinólogos y expertos nos recuerdan la desbordada densidad electoral que nos trae este año. Panamá, República Dominicana, México, Venezuela y Chile están entre los más conocidos de la lista. Llama la atención que esa cantidad de eventos no se relaciona con una mayor vigencia de derechos políticos ni con un aumento de participación del pueblo , ni mayor justicia social. Nada de eso: sólo hay elecciones.
Las de Panamá no hacen más que confirmar que la superación de la crisis de los sistemas políticos, electorales y económicos en nuestra América no será el resultado de la celebración de elecciones. El presidente electo era candidato vicepresidencial de una lista que promovía la candidatura presidencial de Ricardo Martinelli, un ex presidente sobre quien pesa una condena por blanqueo de capitales. Los tribunales le ratificaron la prisión por diez años y ocho meses luego de haber logrado su extradición desde los Estados Unidos. Entonces, Martinelli pidió asilo en la embajada de Nicaragua.
Con las elecciones al doblar de la esquina lo sustituyeron por José Raúl Mulino cuya candidatura fue sometida ante el Tribunal Constitucional. Pero cuarenta y ocho horas antes de las elecciones la alta corte rechazó el recurso y evacuó una sentencia, en la que justificaban que en este “momento histórico” debieron tomar esa postura para defender la “patria y la democracia, así como la institucionalidad, la paz social, el derecho a elegir y ser elegido, el pluralismo político, sin olvidar el importante rol que juegan los partidos políticos en el fortalecimiento de la democracia”.
Las primeras declaraciones del presidente electo comenzaron con un grito de guerra, “¡Misión cumplida, carajo (…) misión cumplida Ricardo (Martinelli)!”, mientras anunciaba que impulsará “un gobierno pro empresa privada”.
Si seguimos los acontecimientos del continente, la mesa está servida para lo que los ultraderechistas llaman despectivamente “oclocracia”, el gobierno de la muchedumbre o de la plebe. Debería alertarles lo frecuente que se están volviendo las protestas luego de que culminan estos procesos bendecidos por tantos observadores miopes. Las calles de Panamá, por ejemplo, se paralizaron completamente hace solo algunos meses.
Esta democracia pensada para “consumidores soberanos” ha tocado fondo, no hay dudas, y queda a organizaciones políticas verdaderas, con voluntad y capacidad creativa de existencia e inserción en la organización popular, programáticas, antineoliberales y disciplinadas, la construcción de caminos distintos a estos que nos están conduciendo a la militarización. Esa poderosa cultura política que según Henry A. Giroux, “socava la vida diaria, crea particulares nociones de masculinidad, considera la guerra un espectáculo y el miedo como un componente formativo fundamental…”, es la que ya se puede leer en los periódicos argentinos, salvadoreños y ecuatorianos.
Finalmente -no hay que ser mezquinos- también hubo elecciones en Cuba para elegir gobernadores y vicegobernadores de Matanzas, Cienfuegos, Villa Clara y Santiago de Cuba. Por razones obvias no hubo observación de la OEA ni tampoco denuncias de carpas ni compra de cédulas.