Por primera vez en los últimos 100 años, un virus con capacidad de contagiarnos a todos, y con capacidad de matar al 6% más vulnerable de los contagiados, desde el pasado mes de marzo ha obligado a casi todas las naciones del mundo a decretar el cierre casi total de entradas aéreas, terrestres y marítimas, el cierre casi total de actividades económicas productivas, el cierre total de actividades educativas, y el cierre total de servicios en hoteles, restaurantes, iglesias, teatros, etc., manteniendo solamente servicios hospitalarios, servicios de suministro de alimentos y medicamentos, servicios de suministro de combustibles, y servicios de vigilancia militar y policial, cierres que representan la mayor caída brutal de la economía mundial, por ser la sumatoria del colapso casi total de cada economía local.
Por primera vez en los últimos 100 años un virus mortal, que cruza desde un animal hasta un ser humano informal, llamado paciente cero, se propaga en Wuhan, China, y desde allí, en pocos días, se expande por los confines de nuestro planeta gracias a la rápida interconexión aeroglobal que caracteriza a nuestro mundo industrial, estando claro que los viajes aéreos diarios de cientos de miles de turistas y personas de negocios facilitaron la adquisición y distribución de un nuevo virus que tuvo facilidad para entrar en cada sociedad antes de que los servicios de seguridad se percataran de su presencia.
Por primera vez en los últimos 100 años la instantánea comunicación satelital, con capacidad de viajar a la velocidad de la luz solar, fue capaz de alertar con imágenes en tiempo real sobre lo que pasaba en China, Corea del Sur, Japón, Italia, España y otras naciones de Asía y de Europa, pero cuando en América quisimos reaccionar ya era tarde porque el virus había entrado libremente por nuestros puertos y aeropuertos, y no sólo está amenazando la salud de cientos de miles de seres humanos, que ya suman casi 2.5 millones de contagios globales y casi 170 mil muertes totales, sino que ha tenido capacidad para lograr la paralización del sistema de producción de cada nación.
Y es por eso que ahora todos los gobiernos del mundo son sometidos a una fuerte presión de parte de líderes de los sectores de producción, en procura de la reapertura de una economía que garantiza la vida económica de cada nación, pero sin tomar en cuenta que esa reapertura de la vida económica podría implicar la muerte de otros cientos de miles de seres humanos que no tienen culpa alguna del salto del virus desde un animal, matado, cortado y mal cocinado, hasta un ser humano capaz de comer todo lo que pueda caminar, nadar, o volar; ni tienen la culpa de que modernos viajeros de hoy hayan seguido transitando la ruta de la seda seguida hace 750 años por Marco Polo, aunque en lugar de traer la hermosa y suave seda del gusano, hayan traído un virus potencialmente mortal para todo ser humano.
Si pasamos revista a las naciones más impactadas por la COVID-19 veremos que han sido precisamente las naciones más ricas las que han tenido mayores cantidades de contagios y muertes, viendo que hasta hoy las cifras más altas las tienen Estados Unidos, España, Italia, Francia, Alemania, Reino Unido y China, 7 naciones que acumulan casi el 70% de los contagios totales, y donde Estados Unidos, la nación más rica del mundo, y la que cuenta con el más robusto aparato productivo, ya acumula más de 750 mil contagios y más de 40 mil muertes, y donde muchos de los muertos eran dominicanos que migraron hasta New York buscando mejor vida y verdadera prosperidad, pero que paradójicamente encontraron una peste que trae una muerte que condena a un frío entierro en la soledad, pues New York ya acumula unas 18 mil muertes por la COVID-19, de las cuales 34% (6,000) son latinos, y gran parte dominicanos.
Son precisamente los empresarios, industriales y líderes financieros de Estados Unidos quienes hoy hacen presiones políticas para el reinicio de las operaciones productivas globales, indistintamente de sus potenciales terribles consecuencias mortales, cuando todavía ningún país ha logrado distribuir suficientes test para identificar, ubicar, aislar y tratar los principales focos infecciosos, y así lograr separar a los sanos de los contagiados, y cuando ya ha sido evidente que la isla japonesa de Hokkaido ha tenido que decretar una nueva cuarentena total apenas 26 días después de reabrir sus actividades productivas por haber entendido sus empresarios que todo podía volver a ser normal, y cuando Singapur ve amenazada su estabilidad sanitaria por un segundo brote viral con capacidad mortal.
Si bien es cierto que en el mundo todos queremos reincorporarnos a la mayor brevedad posible a las actividades productivas que garantizan nuestra vida económica, ello nunca debe ser a costa de poner en peligro la vida de seres humanos que esperan de sus líderes políticos y empresariales tener la sensatez de superponer la seguridad de nuestras vidas sobre la seguridad económica, pues, ¿de qué nos sirve producir si ello implica un alto riesgo de morir?