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Aunque a veces sentimos que el tiempo transcurre cada vez más rápidamente, los días siguen teniendo 24 horas y los años 365 días a menos que sean bisiestos, y lo que ha cambiado es la velocidad con que las actividades humanas se realizan, desde la inmediatez de las informaciones, la rapidez de las comunicaciones que a través del espacio cibernético demoran apenas segundos, y la alucinante capacidad de conexión en el ecosistema de las redes que hace sentir que la línea del tiempo y las fronteras no existen.

Y esa misma rapidez con que podemos enteramos de las cosas ha hecho que sea cada vez más fugaz la satisfacción por lo conquistado, y más acelerada la llegada del humano deseo de conquistar otras nuevas, lo que se agrava por el hecho de que existe hiper abundante información y limitadas fuentes confiables, y que a fuerza de algoritmos, robots y otras herramientas pueden crearse situaciones, generarse falsas percepciones, y perderse la capacidad de distinguir lo real de lo ficticio, lo bueno de lo malo, lo irracional de lo racional.

El 2024 se aproxima a su final y es tiempo de hacer una pausa para pasar balance a lo que hemos hecho, lo que hemos logrado, lo que no pudimos alcanzar, lo que pudimos evitar, lo que aportamos, lo que negamos, lo que fallamos, y para mirar en derredor y medir qué tan bien o mal estamos ya sea en el plano individual como colectivo, y para comprender que el ocaso de un año nos brinda el amanecer de uno nuevo para renovar las esperanzas y darnos la oportunidad de hacer las cosas mejor.

También debemos comprender que no es posible tener éxito con algo si seguimos haciendo lo mismo que nos ha llevado al fracaso, ni esperar que los problemas tengan solución si no los enfrentamos y simplemente postergamos realizar las acciones necesarias, ni pretender que pueden enderezarse situaciones sin afectar intereses, o tener como norte otra brújula que no sea la que lleve hacia lo que sea correcto hacer, y comprender que las simpatías basadas en la complacencia son efímeras, mientras las que se ganan por el esfuerzo y el respeto trascienden.

En un mundo convulso como el que vivimos podemos sentirnos afortunados por muchas cosas, porque tenemos estabilidad, paz social, libertad y un marco institucional que, aunque débil, subsiste con picos y bajas, pero también debemos tener la capacidad de establecer las prioridades, detectar las urgencias y sobre todo de darnos cuenta de que si no atendemos ciertas cosas a tiempo ni hacemos lo necesario para que las cosas cambien para bien, las circunstancias podrán imponernos cambios para mal.

Son demasiadas las necesidades, pocos los recursos y limitado el tiempo de ejecución que tienen las autoridades, por eso es imprescindible que tengan la visión para identificar lo impostergable, y para trabajar cada día en la consecución de cada meta, conscientes de que cada segundo cuenta, y ser capaces de vencer la dispersión y la distracción al mantener con perseverancia y tenacidad el foco en las metas que quieren lograrse.

Definir esas metas es un ejercicio de realismo, pues hay que escoger cuáles tienen que lograrse fundamental y sustancialmente, cuáles pueden avanzarse y cuáles simplemente pueden proyectarse, pero también de humildad, porque pensar que todas pueden alcanzarse solo provocará que se agoten esfuerzos y no se concrete ninguna. Esperemos que nuestras autoridades tengan la sensatez para comprender que hay dos que en cualquier lista deben figurar en primer plano, y que dependen más de la voluntad política que de los recursos, la regulación del tránsito para que nadie esté exento de cumplir con la ley y de asumir las consecuencias de no hacerlo, en lo que se avanza en otras acciones necesarias, y la esperada reforma de la seguridad social. Que cada uno de los 365 días del nuevo año 2025 sean utilizados para trabajar en la consecución de estas dos asignaturas pendientes.

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