Desde que sale el sol y aun antes de asomarse, se está ante una decisión de mantener los ojos cerrados, prolongar las horas de sueño y dejar que el mundo siga girando sin nosotros o abrirlos, levantarse y disponerse para empezar la jornada.
Es una libre elección, entre avanzar o quedarse rezagado, en ser el héroe o el villano de su propia película, protagonista o extra, el papel lo asume cada actor del guion que se rechaza o se acepta. Es derecho de cada quien ser distinto e ir contra la generalidad, a pesar de la manada, o seguir obedientemente la fila sin hacer la diferencia.
La opción entre ser mejor persona o el profesional más destacado (o por lo menos, tratar de serlo y morir en el intento) está en cada uno, por más impulsos externos que se tengan o condiciones favorables que se presenten para lograrlo; es preferir correr, moverse, que detenerse y anquilosarse.
Llevar una familia y un matrimonio adelante no es fortuito, es una lucha voluntaria y una certeza de hacerlo, no porque se pueda, sino porque se quiere y se tiene la convicción de que vale la pena el esfuerzo. Siempre habrá la libertad para no hacerlo y la prerrogativa de ser una hoja solitaria y seca mecida por el viento y las circunstancias.
La vida, con sus tropiezos y satisfacciones, es para valientes que han preferido afrontarla que alejarse acobardados. Cada quien sabe lo que prefiere y no puede culpar a otros por sus carencias, limitaciones o tragedias, es una decisión ser desgraciado o sentirse en cambio, afortunado porque siempre habrá motivos suficientes para lo uno o para lo otro. Entre conformistas, optimistas, pesimistas y realistas, la línea es difusa, pero se escoge en qué bando colocarse, se es lo que se quiera ser.
Por eso en las figuras penales del cómplice, el autor intelectual, el sicario o el coautor la cuota de responsabilidad radica en la cabeza de cada uno que asume conscientemente serlo porque no hay fuerza humana con la suficiente capacidad como para influenciar en quien ha decidido valientemente abstenerse y no cometer el ilícito.
La humanidad comenzó con una alternativa entre tomar o no la manzana, ese libre albedrío para elegir entre el bien y el mal está en nuestro interior, a cada quien que haga lo suyo y esté dispuesto a sufrir las consecuencias, pero que no pretenda luego atribuir a otros lo que voluntariamente ha sido su existencia, que no es producto del azar, más bien es un cúmulo de un rosario de las propias decisiones que lo pueden llevar al calvario o a la gloria.