No lo vi venir. Llegué al país con una maleta y una lista breve de libros por leer. Ahora tengo más de trece mil. Según mis hijas, no es una biblioteca: es un cementerio de papel donde los libros van a morir.
Ya tenía un pie adentro del vicio, no voy a mentir. Pero fue conocer a esos dos poetas y rendirme sin lucha a la enfermedad: el Tsundoku. Para quien no lo sepa, es ese impulso casi místico de comprar libros que uno jura que leerá algún día. Acumularlos como si el apocalipsis viniera en forma de silencio.
Me contagiaron sin aviso.
Uno es sabueso clásico: cuando llega un lote nuevo a Cuesta, se lanza como perro que ya olió el hueso. Ni los hojea. Los saca por puro placer táctil, como si fueran frutas prohibidas.
El otro… es un caso clínico. Compra libros que ya tiene. Porque la edición cambia. Porque uno trae prólogo, otro no. Porque aquel tiene la letra más grande, o el papel más grueso. Tiene tres, cinco versiones del mismo título. Lo he visto emocionarse con el olor de la tinta. Es un gran lector, sí, pero más que nada, coleccionista de excusas.
Y yo caí. Fui cayendo. Feria del libro en México. Mi visita a las librerías en Bogotá. El frenesí. Las bolsas. Los paquetes más pesados que la culpa. Este fin de semana, mientras intentaba poner orden para convencer (en vano) a mi mujer de que “ya paré”, hice cuentas: compré más de mil quinientos libros en unos meses. A ese ritmo, necesito cinco años sin leer nada nuevo para ponerme al día. Ni tweets.
Respiré hondo. Tomé una decisión: no compro más libros. Ya estuvo. Solo los premios Nobel. Y los tomos tres, cuatro y cinco de los artículos de Vargas Llosa, que no me los puedo perder. Pero fuera de eso, cierro el Tsundoku con candado. Que se aguante.
Escribo esto como quien deja de fumar. Para que haya testigos. Para que, si me ven otra vez saliendo de Cuesta con una bolsa, me frenen y digan: “¿No que estabas limpio?”.
Tal vez recaiga. Tal vez me vean un día con cinco libros en la mano diciendo: “Este ya lo tengo, pero no con esta portada”. Pero hoy, estoy firme.
Soy un Tsundoku. Pero estoy en tratamiento. Más o menos.