En este mismo diario, el experto juslaboralista Rafael Alburquerque expresaba su preocupación por el declive de la actividad sindical que atribuye a la atomización de las labores de la empresa y la tercerización de muchos de sus servicios lo que, unido al teletrabajo, dificultan el contacto directo y cotidiano entre empleados como para poder integrarse en causa común. A esas circunstancias, agregaríamos, la poca (o nula) alternabilidad de los líderes sindicales porque desde hace años estamos viendo las mismas caras, con iguales discursos, que lucen desfasados y desconectados con los nuevos tiempos.
Esa permanencia indefinida de los portavoces de la lucha sindical, a lo mejor no responde a su intención expresa, sino, talvez, a la dejadez de las nuevas generaciones en asumir el relevo, mostrándose más interesadas en amenazar con un comité gestor, que en los sanos ideales del trabajo. Si a eso se añade la autoproclamación como autoridades sindicales de quienes en realidad son empresarios del transporte, queda poco espacio para que fructifique una labor tan loable, poco comprendida y penosamente, mal utilizada.
En ciertos gremios ocurre algo similar, ese espacio noble que otrora agrupaba miembros de una profesión u oficio, en ocasiones se convierte en el comando de las aspiraciones personales de su titular, que nada tienen que ver con las del grupo que dice representar y sí con el color del proyecto de su preferencia. Ese mismo conglomerado que lo colocó allí – directamente al votarlo o indirectamente al abstenerse de hacerlo- con su desidia le va dejando ensanchar su espacio. En otros, las luchas se limitan a reivindicaciones salariales, más que a la efectiva defensa de sus integrantes. Por su parte, algunas asociaciones que deberían representar iniciativas en ámbitos que el poder público no alcanza, a veces quieren competir con este y se utilizan para catapultar a sus directivos que repiten cada vez -aunque con distintos cargos y rotando de un lugar a otro- unos, porque son los únicos dispuestos a trabajar, otros, con una operatividad mínima y objetivos muy claros, pero distintos (y distantes) de los de su incorporación. Posteriormente, esos puestos se van transmitiendo entre grupos familiares, como si de las monarquías europeas se tratara.
Afortunadamente, existen numerosas y honrosas excepciones con propuestas válidas, sin esperar otra retribución que la de la satisfacción del cumplimiento del deber, en el entendido de que el hombre nació para vivir en comunidad, congregarse y luchar por sus intereses, en búsqueda de su mejoría. Solo no puede hacerlo porque el eslabón de una cadena es fuerte, mientras se enlace con los demás y si bien una golondrina pueda volar sin ayuda, aislada, nunca hará verano.