No tiendo a presumir o a esperar a priori la buena fe de las personas, sin embargo, me sorprendió que alguien a quien el líder había privilegiado tanto hoy fuese su principal detractor.
El líder siempre estaba disponible para ayudar a su gente, ya sea para resolver problemas, pagar deudas, mediar en situaciones familiares y hasta servir de agencia de empleos. Él incluso tomó decisiones que afectaban sus propios intereses y dejó de atender asuntos personales para solucionar situaciones a requerimiento de quienes creía incondicionales, asumía sus adversidades como propias, saldaba cuentas, mentía por ellos si era necesario y, curiosamente, nunca hacía reclamos ni alarde de sus acciones.
Recuerdo que en una ocasión le comenté que me parecía injusta la falta de reciprocidad, pero dejé de insistir cuando noté lo mucho que le importaba que se pudiese contar con él sin exigir más a cambio que la lealtad. Hace unos meses, el más cercano de su círculo aprovechó la oportunidad de un provecho para dar la espalda a quien fue para él más que un padrino y hoy constituye su principal enemigo. Yo, impresionada porque pensaba que lo menos que puede hacer un beneficiado es no lesionar la mano que le ayuda y confundida porque había dado por sentado que la gratitud era un sentimiento lógico y natural, decidí tomar esto de aprendizaje junto a las experiencias de otros allegados y algunas situaciones personales para reflexionar con mayor pragmatismo sobre el tema y llegar a conclusiones muy diferentes a las que, confieso que con cierta ligereza, anteriormente había asumido.
Primero, entendí que no es lo mismo dar gracias que ser agradecido. A veces las palabras de agradecimiento se expresan, y hasta favores se hacen, en virtud de un presunto mutualismo simplemente para no lidiar con la carga de tener deudas de gratitud. Por otro lado, comprendí que, aunque resulte una paradoja, mucha gente no perdona al que es desprendido, altruista o demasiado servicial. Tal vez porque realza los defectos de algunos a quienes ayuda pues, por los contrastes, pone en evidencia a los mezquinos, oportunistas y aprovechados que, lamentablemente, constituyen una aplastante mayoría en ciertos espacios. Finalmente, me convencí de que la gratitud es uno de los sentimientos más exclusivos que existen; pocos tienen la calidad humana para permitirse experimentarlo sin remordimientos y menos aún dan cabida a la necesidad de demostrarlo a quienes lo merecen. Por tanto, rigurosos criterios de selectividad deben imponerse para que los tratamientos especiales sean únicamente concedidos a aquellos pocos que tienen la misma característica.