El timbrazo del despertador de los lunes siempre se presenta como una señal sombría. Las desgastadas energías que sobreviven al bonche del fin de semana se recomponen, el café matutino recarga baterías y la ciudad vuelve a ser el hervidero cotidiano donde miles de personas, de todas las edades, se desplazan hacia sus trabajos, escuelas y universidades y la semana se presenta como un largo trayecto que transcurre con lentitud, se cuentan los días, se espera una jornada especial que tarda en llegar hasta que es miércoles… jueves… y finalmente el viernes se deja caer en el calendario, en nuestra existencia, como una antesala, promesa de salidas, encuentros, viajes, fiestas, copas y tragos, cines y discotecas, y el “finde” esperado se disfruta, se pasea… se vive y se bebe.

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