Los haitianos, por segunda semana, se negaron a abrir sus puertas para el mercado binacional, lo que se interpreta de diferentes maneras. El ministro de la Presidencia les pidió que si son tan orgullosos que no vengan a nuestros hospitales; y los más amigos de Haití creen que es un gesto de “dignidad”, al no atender, mansamente, las reglas impuestas por el Gobierno dominicano. Hay otra lectura, más ajustada al lenguaje coloquial, y es que han salido respondones, como el muchacho malcriado, desobediente, que se resiste a hacer lo que se le pide. Interpretaciones aparte, y sin esperar a cómo puedan ver este hecho los sabihondos (¿o sabichosos? estrategas que llevaron a Abinader a mover esa ficha, es casi seguro que muy pocos dominicanos sospechaban tal actitud.