Si las redes sociales no estuvieran en lo fundamental esparciendo sandeces, mentiras y desinformación, pudieran servir de herramienta esencial precisamente para eso, para socializar. Habrá que determinar por qué prima un constante dimes y diretes, un diente por diente, un tú me tiras a mí las cajas y yo los cajones, y no se deja pasar una con tal de llevar la contraria. Hasta políticos con fama de serios han sido arrastrados a ese ambiente de berrinche. Es una cara de las redes; hay otra contraria: la de lo idílico, donde extraña que haya tristeza, aburrimiento o conflictos sobre la vida personal y familiar; una obra de arte, especialmente entre parejas, de relaciones perfectas y felices, a las que fascina el “me gusta” aunque por lo bajo se estén matando.