El peor aporte que puede hacer un funcionario de primer nivel frente al conflicto con Haití, es incentivar la discordia con expresiones recriminatorias y descalificaciones que atizan el odio y el distanciamiento entre dos pueblos condenados a compartir la isla y, se podría decir, hasta a quererse. Lo hizo el ministro de la Presidencia, con un lenguaje casi barrial, típico de pleitos entre muchachos, al afirmar que si es tanto el orgullo de las autoridades haitianas, al punto de que no quieren abrir sus portones para el comercio binacional, que les pidan a sus nacionales (léase parturientas) que no vengan al país a buscar atenciones en nuestros centros de salud. Se necesitan, ahora, cabezas que piensen, y dejar esas reacciones al consabido corillo que despotrica y daña reputaciones.

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