Los francotiradores anticorrupción, con marcada predilección por nombres y apellidos específicos; pontificadores sobre moralidad, gente impoluta que marchó con la bandera de la decencia y la transparencia, para la que nadie servía por la sola sospecha de simpatizar con el gobierno de turno, es presa en estos días del mismo odio y descalificación que preconizaron. No debiera ser ni se justifica, pero se han invertido los papeles; ahora los que sufren el escarnio son los que se creían rasero moral de la sociedad y paladines del adecentamiento de la vida pública, algunos de los cuales han caído víctimas del fulgor que alucina a los que están en el poder, cuyas mieles son buenas, pero desconectan de la realidad y hacen olvidar el amargo sabor de la cotidianidad de la vida.