En su libro “La madurez de los pueblos exige tiempo”, monseñor Arnaiz hace un recuento de excusas del dominicano para dar margen a la impuntualidad (si estuviera entre nosotros hubiera agregado los tapones). “El desprecio al reloj entre nosotros los dominicanos es olímpico. Es ya sintomático el lenguaje. Un lenguaje que elastiza el tiempo y elimina la precisión. ‘Nos vemos mañana por la mañana’; ‘Nos juntamos a mediodía’; ‘hablamos a prima noche’; ‘Me aparezco por allí cuando salga del cine’; ‘Lo arreglamos en el curso de la tarde’; ‘Me esperas hasta que llegue’. Se esconde en esas expresiones una bajísima estima del tiempo, una alarmante renuencia al compromiso. El tiempo para nosotros es algo muy dilapidable. No lo valoramos. No lo invertimos fructuosamente. No nos apena malversarlo. No nos entristece evaporarlo baldíamente”.

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