A Bosch no le dieron tiempo de demostrar que bridaría mabí y no champagne en el Palacio; esa humildad la ofertó también Jorge Blanco, que empezó respetando las luces de los semáforos, y Antonio Guzmán sí que despojó parte de solemnidad algunos ritos del poder, pero en ambos la sobriedad no fue la tónica. Hipólito, ni hablar: se acabó la francachela y el boato, proclamó, pero nada fue distinto. Balaguer, taimado, pobre y austero él; dispendiosa su corte. Leonel, flemático y Danilo, distante, típico de mentes que trabajan despacio. ¿Abinader? Está en ejercicio; mejor apelar a lo dicho por Américo Lugo a Trujillo cuando en 1936 le pidió escribir la historia del presente: “Todo cuanto se escribe sobre lo actual o lo inmediatamente inactual, está fatalmente condenado a revisión”.

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