Se ha extendido casi de manera mayoritaria la opinión, liderada por el gobierno francés, de que la fiera ola de violencia y desmanes que asolan sus calles son “actos de delincuencia”. Se insiste en que no tiene características de revuelta social, pero quizá minimizarla y disminuirla no lleve a la comprensión de que algo más profundo podría afectar a la sociedad francesa, porque a lo que ocurre no se le puede dar la connotación de hechos aislados. Preocupación debiera generar el surgimiento de la inédita explosión de los Chalecos Amarillos, o el masivo y extendido movimiento de las pensiones, para concluir, como si una chispa incendiara la pradera, en el desmadre actual. Se obvia que la principal consigna, en todos los casos, es contra un sistema de desigualdades extremas.

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