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La violencia engendra violencia y el odio engendra odio, como lo expresara Martin Luther King ícono de la lucha por la conquista de los derechos civiles de los afroamericanos en los Estados Unidos de América y el mundo, quien aunque enarboló un discurso de paz, fue tenaz en promover la lucha para eliminar las abominables desigualdades existentes en su país en su tiempo, y quien a pesar de haber decidido enfrentar las fuerzas del odio con el poder del amor, terminó viendo segada su vida producto de este, aunque afortunadamente no lograron callar su mensaje que lo hizo inmortal.

A pesar de que el odio, la envidia, la ambición desmedida y otras bajas pasiones siempre han desviado del camino del bien a los seres humanos y han sido causa de los más atroces crímenes e injusticias, no han logrado ser erradicados pues son parte consustancial de la condición humana, pero debemos admitir que su impacto solo puede ser disminuido profesando bondad e inoculando valores que promuevan la civilidad, lo que para los cristianos se resume en el mandamiento de amar al prójimo como a nosotros mismos.

Sin embargo, la humanidad ha invertido más tiempo y recursos en producir armas para la guerra que, en construir la paz, la cual a pesar de ser el bien más preciado que se puede tener sigue siendo un sueño imaginarse un mundo en el que todos vivamos en paz, como aspiró John Lennon antes de terminar él también siendo víctima del odio y de la violencia.

La posesión y porte de armas para la supuesta autodefensa que en algunos países tiene incluso rango constitucional como es el caso de la segunda enmienda en los Estados Unidos de América, ha causado más tragedias que las que ha evitado, y todavía sigue siendo defendida, y ha teñido de sangre trastornos que pudieron no tener esas consecuencias, y conflictos que pudieron no haber pasado de la agresión verbal, también muy dañina, o física la cual, aunque puede producir grandes agravios tendrá menos potencial de ser mortífera.

Cuesta creer lo sucedido cada vez que un hecho sangriento sacude nuestras entrañas, nos llenamos de preguntas sobre lo que pudo haber pasado por la mente de aquellos antisociales que los perpetraron, nos cuestionamos sobre las posibles fallas de seguridad que pudieron haber evitado que los hechos ocurrieran, y aunque lastimosamente se repitan cada vez con mayor frecuencia seguimos sin respuestas, y peor aún sin soluciones. Pero cuesta mucho más creer cuando el victimario se supone amaba a la víctima, y la mata por ira, por celos, por ser incapaz de asimilar que la relación terminó, o porque por encima del supuesto amor o la amistad estaban unos intereses, ego y ambiciones personales por los que era capaz de todo, así fuera de matar a quien fue compañero, pariente o amigo.

Indiscutiblemente que tenemos como país que mejorar nuestra seguridad y disminuir la violencia, que aunque estadísticamente es menor que en muchos países de nuestra región, es perversa y su aumento corroe una de nuestras mayores virtudes, la afabilidad de nuestra gente, y aunque para ello es indispensable un saneamiento de nuestras fuerzas del orden, hay una transformación cultural que va más allá de esto, que nos corresponde a todos hacer para buscar disminuirla como respuesta, educando en valores, promoviendo el diálogo, reduciendo el alto nivel de conflictividad e inculcando el cumplimiento igualitario de la ley y la aceptación por todos de este.

Muchos soñamos con un mundo sin violencia, pero solo algunos realmente han vivido exhibiendo una cultura de paz, y aunque tristemente unos han terminado paradójicamente siendo víctimas de la violencia que aborrecieron, como acaba trágicamente de suceder con Orlando Jorge Mera, debemos seguir luchando por construir un país y un mundo en el que no exista nada por lo cual alguien esté dispuesto a matar, ni nada por lo cual alguien tenga el riesgo de morir injustamente a manos de otro.

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