Los dominicanos con sentido de la historia tenemos claro que somos parte de Cuba, de igual manera los cubanos saben que son parte de los dominicanos.
En estos momentos de tanta hostilidad con la hermana República de Cuba, sin siquiera tomar en cuenta la situación por la que atraviesa el mundo, a causa de los efectos del covid-19, los enemigos de siempre de la Revolución cubana no solamente han mantenido el bloqueo, sino que han intensificado, de diferentes maneras, su hostilidad impidiendo que países que pueden suministrarle materia prima para medicamentos o alimentos, combustibles y otros insumos, se les permita comercializar con Cuba. En estos difíciles momentos muchos países, como China, Vietnam, México, Italia, Canadá, Bolivia, Nicaragua, Venezuela, San Vicente y Granadinas, entre otros, se han manifestado con ayuda humanitaria, extendiendo su mano amiga en solidaridad con el pueblo cubano, echando a un lado las presiones de los Estados Unidos de Norteamérica, su chantaje y maniobras.
No se puede hablar de solidaridad desinteresada sin hablar de Cuba. Por ello, en medio del momento que vive el hermano pueblo, son muchas, además de los gobiernos de estos referidos países, las organizaciones humanitarias y de solidaridad de todo el mundo, incluyendo cubanos que residen fuera de su país, que están tendiendo su mano amiga.
Viendo todo esto, quise ver hacia adentro de nuestro país, analizando las raíces históricas entre nuestros dos pueblos, me permití un intercambio con dos prominentes historiadores nacidos en Cuba y adoptados por República Dominicana, el doctor Elíades Acosta y el doctor Carlos Rodríguez Almaguer. Y, compartimos lo siguiente: Los lazos con que el destino unió a las islas de Cuba y La Española surgieron desde el fondo del mar Caribe, fundidos por la cordillera de fuego andino. Andando los siglos, llegaría desde La Española con el cacique Hatuey, esposo de la brava Anacaona, el primer grito de rebeldía de la Antilla Mayor frente a la opresión conquistadora europea. La colonización hubo de aprovechar a su favor la proximidad de ambas islas, la expansión de la cultura taína desde Quisqueya hasta el oriente cubano. Durante tres siglos intercambiaron leyes, funcionarios, hijos, sangre, alegrías y dolores, afrentas y epopeyas.
Mediando el siglo XIX, con la proclamación de la independencia de República Dominicana en la parte oriental de La Española en 1844, se abrió un horizonte que marcaría el camino hacia la libertad y la independencia de Cuba, camino que sería marcado, según palabras de José Martí, por el casco de los caballos de soldados dominicanos que se unieron a Carlos Manuel de Céspedes, Padre de la Patria cubana, al lanzar el grito de Independencia o Muerte en su ingenio La Damajagua, aquel amanecer del 10 de octubre de 1868.
Los hermanos Marcano, el Mariscal Modesto Díaz, el comandante Máximo Gómez Báez, y muchos otros, pusieron su estrategia, su brazo y su sangre al servicio de la independencia cubana. Esa doctrina guerrillera echó hondas raíces en la tierra de Antonio Maceo, hijo de dominicana, y del Cantor del Niágara, José María Heredia, nacido de padres dominicanos en la indomable Santiago de Cuba. Esa estrategia militar impulsada por el genio del gran soldado banilejo marcaría el principio del fin del dominio colonial español en América que duraba ya casi cuatro siglos.
Y sería él, Máximo Gómez, el escogido por el genio político de Martí, avalado por el valor titánico de Maceo, para dirigir como general en jefe al Ejército Libertador de Cuba y atravesar para siempre la puerta de la Historia convertido en el último de los grandes libertadores americanos del siglo XIX. Su firma, junto a la de Martí, en el Manifiesto de Montecristi, lanzado al mundo el 25 de marzo de 1895 para dar a conocer los objetivos y el alcance de la revolución que iniciaba en Cuba la Guerra Necesaria, simbolizaba la identidad de pensamiento que ya habían alcanzado. Máximo Gómez, que no quiso ser el primer presidente de la República de Cuba porque era dominicano; que cuando los redactores de la Constitución naciente lo declararon cubano por nacimiento, rehusó de nuevo la banda presidencial alegando que la espada, que era buena para resolver los problemas de la guerra, no servía para resolver los problemas de la paz. Él, que con su muerte protagonizó de forma póstuma la mayor concentración de cubanos ocurrida hasta entonces en parte alguna: hombres y mujeres, generales y soldados, políticos y magistrados, negros, blancos y amarillos, hacendados pudientes y pobres campesinos, cerraron fila en torno del féretro sagrado en que viajaba hasta su última morada el bravo mambí dominicano. Y de allí a los corazones cubanos donde ha vivido siempre hasta los días que corren y vivirá, mientras respire en este mundo un cubano agradecido.
Los cubanos no pidieron permiso ni aceptaron presiones del Gobierno norteamericano, cuando organizaron las expediciones de junio de 1959 para ayudar a la liberación del pueblo dominicano de las garras de la feroz dictadura trujillista. Su sangre heroica se fundió con la dominicana en aquellas jornadas trágicas, pero luminosas y están indisolublemente unidas en la esencia misma de la Raza Inmortal. La isla hermana y querida siempre fue refugio seguro para los luchadores dominicanos que enfrentaron no solo la dictadura de Trujillo, sino a otros gobiernos también represivos, como el del doctor Joaquín Balaguer.
Esos lazos no se pueden romper con un decreto ni se pueden negar con el silencio o la indiferencia: Cayo Confites, Luperón, Sierra Maestra, Constanza, Maimón, Estero Hondo, Caracoles…, lo han demostrado. Por tanto, el pueblo dominicano y su gobernante de turno no pueden ser indiferentes ante la difícil situación que vive la hermana República de Cuba. Es el momento de dar un paso adelante en solidaridad con Cuba.
Saludamos la ayuda humanitaria que ha enviado el presidente Luis Abinader, en nombre del pueblo dominicano a la hermana República de Cuba. Una decisión valiente, oportuna y solidaria que honra la memoria de Martí y Gómez.