En el discurrir del tiempo, vivimos rodeados de artefactos, accesorios, medicamentos, personajes y asuntos “oficiales”, que son propios del espacio en que transcurren nuestras vidas. El inexorable tiempo va sustituyendo unas por otras, pero nuestra memoria queda anclada al tiempo pasado y formamos una cadena de recuerdos que provocan añoranzas profundas, sobre todo en los que estamos muy alejados de la remota infancia. Acumulamos montones de recuerdos dispersos que se materializan con cualquier elemento asociado con ellas. Quizás la mayor transformación ha sido en los juguetes infantiles, cuando todo era real y lo virtual correspondía a planos de elemental ciencia ficción, en “paquitos”. Entre ellos el fu-fú, que tantas algarabías, heridas y discusiones produjeron, con el zumbido propio cuya onomatopeya, articuló su nombre. El juego de taquitos, con sus nombres propios y reglas. La propia chichigua, en vía de desaparición y su versión elemental el capuchín, hecho de hoja de cuaderno, materia prima que también escasea. El calimete de papel de cera, instrumento de nombre cambiado por el de “sorbete”. La chicharra, molestoso juguetico que producía un molestoso “click” que propició muchas expulsiones de los “cursos”. El caballito de madera, sobre un balancín que, estático, nos transportaba a los sitios más remotos de nuestra imaginación. El corcho quemado, con el que se caracterizaban patillas, barbas y bigotes, para tiempo de “macaraos”. El carretel para hilo, de madera, interesante material para la creatividad infantil. El “tirapiedra”, con su goma “parateaí” hecho de una “jorqueta” de guayabo y un pedazo de lengüeta de zapato de cuero, para retener el “cayaíto” a lanzar. El “tirapó”, hábil producción de papel, en pálida versión criolla del origami japonés. En la cocina, el colador de café de tela: el jarro de avena Quacker con asa, recipiente y medida de una botella; el “molenillo” para el chocolate, precursor de la licuadora. El “pachuché” con su pariente el cachimbo que definieron personajes de nuestros recuerdos infantiles y que aún viven activos, en nuestros recuerdos. La ropa “surcía” de esos tiempos en los que los campesinos venían a la ciudad a caballo, vestidos con saco y ropa remendada pero limpia, cargados de frutos para vender. La colchoneta… El anafe de “hierro colao”, artefacto de museo, que los que compran “hierro viejo” aprecian por su valor y peso. Como personajes: el carbonero, el “atesador de batidore”, el limpiador de “sético”; el vendedor de camarones vivos; el chino que vendía hortalizas; el “jabao” que vendía pavos, el “friero”, primero en un carromato de madera y luego en su “tricículo”, con vasitos artesanales de papel periódico virgen; frambuesa con “melao” o un simple “guayao”, y el saco de indefinido color que cubría el “bló” de hielo. El “cepillo” CocaCo y el pedazo de goma donde se golpeaba para compactar el frapé.
¡Cuántas cosas viven en el recuerdo!
En el discurrir del tiempo, vivimos rodeados de artefactos, accesorios, medicamentos, personajes y asuntos “oficiales”, que son propios del espacio en que transcurren nuestras vidas.