Esta semana, el embajador dominicano ante los Estados Unidos, José Tomás Pérez, expresó en sus redes sociales: “El machismo asfixiante y la misoginia perversa no conciben ni aceptan que una mujer pueda brillar con luz propia. Vino al mundo para ser la sombra del hombre. Lo contrario es la traición. No te doblegues, Margarita. Tú eres un ejemplo de la mujer transformadora del nuevo siglo”.
El canciller Miguel Vargas Maldonado coincide y felicitó a la actual Vice-Presidenta señalando: “Atinada escogencia de Gonzalo Castillo. Margarita Cedeño ha demostrado probidad y eficiencia en el ejercicio de sus funciones. ¡Felicidades!” El antiguo ministro de Educación, Andrés Navarro, opinó que ella “representa el valor de la mujer dominicana por la entrega y pasión que coloca en todas sus responsabilidades, actuando con principios y eficiencia para el bien común”.
Si estos honorables caballeros valoran tanto las cualidades políticas de Margarita, ¿por qué en su momento no hicieron frente común para apoyarla como candidata presidencial?
Doctora en Derecho, graduada Cum Laude de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, ha estudiado derecho empresarial en la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra. También se formó en temas de gobernanza; ciencias políticas, leyes internacionales y solución de conflictos, en prestigiosas academias como Georgetown y Harvard.
Más allá de la formación educativa, Margarita tiene algo que nunca se podrá enseñar en ninguna aula de clase: calidez humana. Recuerdo la última vez que la vi. Yo era Técnica de Casas de Acogida y ella conferencista principal de un acto para una reconocida organización sin fines de lucro. Acabado el evento, mis compañeras de trabajo conversaban con colegas de otra entidad del Estado y yo observaba a Margarita. El salón se vaciaba, pero ella se aseguró de dialogar con cada grupito de personas, aunque sea unos minutos, prestándole atención a cada quien. No puedo haber sido la única que se percató de la relevancia de ese gesto.
En los mítines, ¿qué no darían su marido y su jefe por irradiar su efusividad y cercanía? No existe truculencia, ni nativa ni exportada, que sustituya esas virtudes. Margarita es una mujer que empezó a servir al Estado dominicano como asesora legal del Presidente de la República con apenas 31 años de edad. Primera Dama durante ocho años y Vicepresidenta durante igual período de tiempo. El paso siguiente era lógico.
Mucho se comenta que ni su jefe ni su marido apoyaron en su momento su legítima ambición de aspirar a la Presidencia de la República, lo cual debe ser muy doloroso. No obstante, ante el cierre de esas vías, la respuesta era obvia: arriesgarse y esbozar su proyecto político sola. Atento a ella y respaldada por la altísima valoración popular que a base de mucho esfuerzo se ganó. Un camino largo, complicadísimo e incierto, pero que demostraría su carácter, su valentía y su fortaleza.
Hoy Margarita es candidata a la vicepresidencia de la República Dominicana por tercera vez, “escogida” por quien tiene menos militancia política y experiencia gerencial en el Estado que ella. Un señor que desempeña el rol de suplente de otro hombre, cuyas ambiciones se han visto bloqueadas por dos cositas testarudas: la Constitución y la opinión pública.
Margarita alega que no le quita el sueño quienes estén en desacuerdo con su decisión de colocarse a sí misma en tercer lugar: “Dios es testigo de las razones y de los sentimientos que habitan en mi corazón”. Seguramente, pero Dios también es testigo de que la óptica de salir a las calles apoyando con excesivo cariño a un candidato, para sacarle los pies luego de un muy probable fraude electoral, y terminar de canchanchana con su contrincante revela, como mínimo, una estrategia mal ejecutada.
Si hubo traición y deslealtad, fue de Margarita contra Margarita. Más que el enojo o la tristeza porque su marido no la apoyara, siendo una política viable y más que la decepción porque su jefe no le reconociera sus méritos y su trabajo tesonero durante estos dos mandatos, la tragedia más desconcertante ha sido que Margarita no apostó a sí misma: encerrándose dentro de dos papeles subordinados, pudiendo haber sido la primera.