Estoy esperando la salida del avión, en el boleto no dice la puerta de embarque. Ando con José Beltrán y Camila Payano, vamos a la 16a Conferencia de los Estados Parte de la Convención de los Derechos Humanos de las Personas con Discapacidad, en la Sede de las Naciones Unidas, en Nueva York.
Llegamos con tiempo para tomarnos algo, mientras conversamos sobre las expectativas del Evento Paralelo en el que participaremos junto al equipo del Voluntariado Banreservas.
Llevamos casi dos meses preparando un panel en el que se abordarán los desafíos y oportunidades de las entidades financieras al ofrecer servicios accesibles. En el mundo viven más de mil millones de personas con discapacidad, y de estas, el 80 por ciento están en condiciones de pobreza. El tema tiene una importancia significativa, porque los servicios financieros entran dentro de lo que se conoce como Derechos Habilitantes, es decir, dan paso a la garantía de otros derechos.
Tengo una gripe terrible. Intercalo los comentarios sobre los perfiles de las personas que participarán en el taller con una tos que inunda el salón Priority Pass en el que me encuentro.
José piensa que, como Puentes de Inclusión, la PYME de asesoría que tenemos para apoyar a entidades como el Voluntariado Banreservas y otras instituciones, deberíamos realizar un acercamiento con una empresa que realiza investigaciones sobre tecnología y accesibilidad. Pedimos un plato de frutas y una cerveza, sigo tosiendo, tengo la garganta al límite del dolor. Y justo voy a averiguar qué pasa con el pedido, cuando Camila, que va en representación de Fundación Francina, dice que nuestro vuelo sale en pocos minutos.
Aceleramos, seguimos sin saber cuál es nuestra puerta de embarque. Corremos hasta donde la representante de una aerolínea que quizás pueda orientarnos:
“Su puerta está al otro extremo, ustedes van a perder ese vuelo”, nos dice.
¿Qué dijo?, pregunto, José dice: “¡Que corramos si queremos llegar!”.
En ese momento no tengo tos ni dolor ni nada que no sea una plegaria para que el vuelo no me deje. Todavía me queda la sensación de la semana anterior, cuando perdí un vuelo de Lima a Santo Domingo.
Camila alcanza a ver la puerta por donde están embarcando los pasajeros que van a Nueva York.
Corremos con más prisa.
Antes de llegar a este punto le habíamos comentado, en distintas reuniones, al equipo del Voluntariado Banreservas que era importante su participación en este evento. Primero, hay pocos referentes de entidades públicas con acciones concretas que puedan mostrar ante esta Conferencia.
Segundo, el tema de los servicios financieros es uno de los menos abordados en las investigaciones, estudios y planes globales. Esto, a pesar de que tan pronto una persona con discapacidad pierde la posibilidad de crear una cuenta bancaria, acceder a un préstamo o realizar una transacción de manera autónoma, pierde una parte importante de su independencia, incluso, se ve limitada en su ejercicio productivo.
Eso nos tenía emocionados. Otra razón por la que este viaje nos emocionaba especialmente es porque, como PYME, diseñamos la Certificación en Servicios Financieros accesibles, el primer producto de esta naturaleza en el país, con una metodología que parte de los principios de diseño de proyectos de instrumentos como Agile o Scrum.
Dicho de otro modo, en el vuelo que estábamos a punto de perder iban muchas horas de trabajo. José había hecho talking points para mí, para el equipo del Voluntariado, construyó la Nota Conceptual que usó la misión dominicana ante la ONU e hizo mensajes clave y toda una batería de contenido y estrategias.
Camila llevaba semanas de correcciones, verificaciones de datos e identificación de actores clave. Sin importar la hora del día o la noche, trabajó en puntos logísticos para su participación.
Todos habíamos hecho grandes cosas. Incluso, teníamos concertada una reunión con el embajador José Blanco, Representante Misión Permanente RD ante la ONU. Y ahora, la preocupación de si el limón con miel me serviría para no perder la voz durante el panel que iba a moderar en la ONU pasó a segundo plano. Todo lo que quería era llegar al avión, entregar el boarding pass y que no cierren la puerta de embarque antes de que logre abordar.
El tremendo ataque de tos que tuve no me impidió reír de alivio cuando la sobrecargo me indicó que me abrochara el cinturón. Cuatro horas más tarde estaría en Manhattan, tomándome un trago de mezcal, mientras conversaba sobre las visitas que haríamos al día siguiente. Pero ese es tema para otra crónica.