Es bastante claro que la sociedad dominicana está insatisfecha con los resultados del crecimiento económico en el bienestar de la gente. Desde finales de los sesenta, esta economía ha mostrado un dinamismo impresionante. Las tasas de expansión de la producción han sido, junto a las de Panamá, las más elevadas de toda la región en las últimas décadas.
A pesar de eso, el país muestra un significativo rezago en muchos de los indicadores sociales clave que hablan directamente de la calidad de vida de la gente. No es que no haya habido progreso social. Lo ha habido en la medida en que todos esos indicadores, en especial los que dan cuenta del estado de salud, de la educación y de las condiciones materiales de vida de la población, han mejorado. Sin embargo, como se ha dicho tantas veces, lo han hecho mucho menos de lo esperable dado el nivel de crecimiento de la producción.
La pregunta recurrente es ¿por qué esto ha sido así? En otras entregas he argumentado que hay dos mecanismos a través de los cuales el crecimiento se traduce en bienestar de las personas. El primero es el empleo. La actividad económica mejora la vida de las personas cuando ésta crea empleos, reduce el desempleo y el subempleo, y contribuye a elevar las remuneraciones laborales. Si el crecimiento no logra eso, es porque los beneficios de éste se están concentrando en pocas manos.
El segundo es la política social. Cuando la economía crece, se suele recaudar más impuestos, los cuales se transforman en gasto público. Ese gasto está llamado a contribuir, directa o indirectamente, a impulsar el bienestar social. Su efectividad en lograr ese resultado depende de cuanto se gasta y de la calidad de ese gasto.
Este artículo se concentra en el primer mecanismo. Presenta y discute datos sobre crecimiento y empleo entre 2000 y 2017 y propone algunas ideas sobre las razones por las que a expansión económica en ese período no logró contribuir lo suficiente a generar más empleos y de más calidad, y al bienestar en general.
El desempleo baja muy poco
La primera idea es que, en los dieciséis años transcurridos entre 2000 y 2016, período en el que se cuenta con datos fácilmente comparables, el desempleo no se redujo mucho. Apenas lo hizo en 0.3%, al pasar de 13.6% hasta 13.3%. Eso significó que la economía no creó puestos de trabajo a un ritmo suficiente como para abatir el desempleo. En ese período se crearon 1.42 millones de puestos, pero la población activa, que puede y quiere trabajar, creció en 1.6 millones de personas. De hecho, en 2016 había más de 193 mil personas más desocupadas que en 2000, aunque éstas representen hoy un poco menos de la población activa total.
Si el desempleo no cae de forma importante, los salarios difícilmente crecerán de forma consistente y sostenida, y las personas ocupadas no verán incrementar el poder adquisitivo de sus ingresos laborales.
Los sectores que más han crecido crean pocos empleos
La segunda idea es que los sectores que lideraron el crecimiento, por su naturaleza, no son grandes generadores de puestos de trabajo. Eso explica en parte la paradoja del alto crecimiento sin reducción de la tasa de desempleo. Entre 2000 y 2017, las tres actividades que más crecieron tuvieron una modesta participación en el PIB y una casi insignificante participación en el empleo.
Mientras el PIB global creció a una tasa media anual de 4.9%, moderadamente por debajo del promedio de los últimos cincuenta años, entre 2000 y 2017 la minería creció en casi 20%, cuatro veces más que el promedio de todas las actividades, las comunicaciones en casi 13% (2.6 veces más) y las finanzas en 8.2% (1.7 veces más). La producción de esas tres actividades representó menos del 7% de la producción total y explicó casi el 8% de todo el crecimiento en ese período.
Con respecto al empleo, la minería explicó apenas el 0.2% del total y entre 2000 y 2016 creó solo poco más de 2,500 empleos adicionales. La actividad financiera explicó sólo el 2.2% del empleo y en ese período creó 49 mil nuevos puestos de trabajo que fue apenas equivalente a 3.4% de los 1.4 millones de nuevos puestos de trabajo que aparecieron.
No hay datos publicados sobre el empleo en comunicaciones pues la encuesta tradicional de fuerza de trabajo agregaba los datos de esa actividad con las de transporte. Sin embargo, es conocido que las comunicaciones no es una actividad intensiva en trabajo sino en capital (equipos tecnológicos, redes y otros) y que genera pocos empleos.
No obstante, otras actividades crecieron por encima del promedio, aunque sólo un poco, y crearon más empleos que las antes mencionadas. Esas fueron construcción y otros servicios. Esta última categoría da cuenta de una diversidad de servicios (tales como los de belleza, de limpieza, de cuidados y domésticos, etc.). La construcción creció a una tasa media anual de 5%, 13% por encima que el PIB global y otros servicios lo hizo en 5.2%, 6% más que toda la economía.
La construcción creó casi 100 mil puestos adicionales, y otros servicios 620 mil. La cuestión es que, en el caso de esta última, la productividad y las remuneraciones de esos servicios tienden a ser muy bajas. En el caso de la construcción, esa encuesta no parecía captura adecuadamente la participación de la población migrante.
La agricultura y la industria no brillan
La tercera idea es que tres de los cuatro sectores que más empleos generan crecieron por debajo del promedio: la industria, el comercio y la agricultura. Entre los tres tiene casi dos millones de puestos de trabajo: cerca de 560 mil en el agro, 430 mil en la industria (nacional y de zonas francas) y cerca de 950 mil en el comercio.
Entre 2000 y 2017, la industria creció a una tasa promedio anual de 4.2%, una tasa respetable, aunque por debajo del crecimiento del PIB global, y explicó el 12% del crecimiento total. A pesar de eso, perdió más de 77 mil empleos, de los cuales más de 50 mil fueron en zonas francas y el resto en la industria local.
La producción agropecuaria creció a un ritmo promedio de 4.7% por año y creó 88 mil nuevos puestos. Pero esos sólo representaron el 6% de todos los empleos creados, a pesar de que el sector explica el 13% de todo el empleo. Además de que el agro creo pocos empleos en 16 años, es el sector que registra las remuneraciones laborales más bajas de toda la economía, lo cual abona al argumento de que su desempeño no ha contribuido mucho al incremento en el bienestar general.
El comercio creó a razón de 2.8% por año, cerca de la mitad del crecimiento de toda la economía, pero creó 287 mil empleos entre 2000 y 2016. Desafortunadamente, muchos de esos puestos son de muy baja productividad y remuneraciones, con una alta participación de empleo informal y precario.
La informalidad persiste en todos los sectores
La cuarta idea es que, independientemente de la intensidad del crecimiento sectorial y de la generación de empleos en ese período, la prevalencia de la informalidad se mantuvo incólume, tanto a nivel global como en cada uno de los sectores. En ninguno de ellos declinó de forma importante. Eso da cuenta del hecho de que la precariedad laboral se mantuvo invariable y que la calidad de los sectores medida a través de la calidad del empleo, no cambió de forma significativa.
El promedio del empleo informal en toda la economía fue de 55% y osciló muy poco en esos 17 años. En la agricultura fue de 87%, y en la construcción de 81%. En el transporte y las comunicaciones fue de 73% y en el comercio de 68%. Los sectores con menor incidencia de la informalidad y la precariedad laboral son en electricidad y agua (0%), el gobierno (0% por definición), minería (17%), finanzas (23%) y manufacturas (26%).
En síntesis, el crecimiento no ha generado suficiente bienestar porque no ha creado suficientes empleos ni ha cambiado la calidad de los empleos. Varios de los sectores que más crecen no crean empleos, y otros crean muchos, pero de mala calidad.
Se necesitan políticas que estimulen un tipo de crecimiento y no cualquiera, uno que incentive actividades creadoras de empleos de calidad, en especial en la industria manufacturera y la agricultura y los servicios de mayor productividad.