Hace poco más de once años, cometí uno de esos errores que se está obligado a arrastrar dolorosamente por mucho tiempo. Aunque las pifias de las que uno debe cuidarse en este oficio son las de juicio, hay otras equivocaciones imperdonables que se deben evitar a toda costa por respeto a los lectores. Siendo un apasionado de la ópera atribuí a Rossini la autoría de “Las bodas de Fígaro”, escrita por Wolfang Amadeus Mozart.
No me explico que pasó por mi mente en ese momento. Creo que mecánicamente copié el nombre al citar una referencia de un periódico extranjero. No estoy del todo seguro que esa haya sido la causa. De todas formas, fue un error que ponía mi habilidad en duda frente a los lectores inteligentes, y que por lo menos uno de ellos me observó si bien de muy buena manera, sin reproche alguno.
Tal vez algún lector piense que exagero por algo ocurrido hace algo más de una década y que esas cosas les ocurren a menudo a quienes escriben en los diarios. Pero la verdad es que a mí me produjo escalofríos. Por un momento fugaz pensé en dejar de escribir esta columna. Los argumentos a favor de esa idea eran muchos y apilados tenían una fuerza arrolladora. En ocasiones, por ejemplo, debido a otras obligaciones profesionales, me veo precisado a adelantar varias entregas, las cuales redacto una detrás de la otra, sin tiempo suficiente para las correcciones obligadas. Obviamente eso no me beneficia y probablemente tampoco al lector.
De cualquier manera, en un ambiente de tantas mentiras, en lo que el valor de lo que se dice o escribe se desprecia cada día, entendí una obligación moral asumir entonces el costo de ese lamentable error que hoy todavía recreo. No importa si con ello pierdo simpatías entre los lectores. En todo caso prefiero que me tomen como ignorante a que me crean profesionalmente deshonesto. Prefiero el respeto a la adulación. Y evito así caer en lo que tanto critico.