Muchos se sorprenden por las fuertes condenas que en otros países tribunales sentencian en casos de corrupción. Por ejemplo, el ex ministro chino de Ferrocarriles Liu Zhijun fue condenado a pena de muerte tras ser declarado culpable de corrupción, y en Irán un tribunal condenó a muerte a cuatro personas por malversación de fondos en el marco de un fraude bancario.
La sorpresa es lógica en un país en el que ni siquiera condenas benignas son habituales en casos de conocidos corruptos y contrasta con tantos otros lugares en los que la corrupción es un crimen de tal envergadura que se sanciona con cadena perpetua o con la muerte, pero más aún, donde los castigos morales de la sociedad por el deshonor que esto significa conllevan a muchos cuestionados incluso a quitarse su propia vida.
La historia reciente está llena de ejemplos. El ex presidente taiwanés Chen Shui-bian, que protagonizó la primera transición democrática en Taiwán con su política independentista intentó suicidarse en la celda donde se encuentra encarcelado por corrupción.
El antiguo viceministro del Interior griego Leonidas Tzanis, cuyo nombre figura en una lista de 36 políticos y cargos públicos que están siendo investigados por la Brigada de Delitos Financieros de Grecia por presunta corrupción, se ahorcó en su propia casa.
Roh Moo-hyun, presidente de Corea del Sur entre 2003 y 2008, se suicidó en plena investigación de un escándalo por supuestos sobornos millonarios durante su mandato.
El ex primer ministro rumano Adrian Nastase intentó suicidarse con un disparo tras confirmarse su condena a dos años de cárcel por corrupción.
El ministro de Agricultura japonés Toshikatsu Matsuoka murió por suicidio horas antes de que compareciera ante el parlamento para responder a las preguntas sobre irregularidades en los libros contables que manejaba.
El portavoz del banco italiano Monte dei Paschi di Siena, David Rossi, se suicidó debido a que había sido involucrado en el escándalo de corrupción por el que es indagado ese instituto.
La ex ministra polaca Barbara Blida, que formó parte como titular de Construcción en los gobiernos que siguieron a la caída del Comunismo, se suicidó en su casa mientras la policía registraba su domicilio por orden de la fiscalía de Katowice por denuncias de corrupción.
No es que pretenda con estos ejemplos hacer sugerencias a nuestros corruptos, sino puntualizar que muchos casos revelan que hay lugares en los que ser corrupto es algo tan vergonzoso que algunos prefieren perder la vida antes que dar la cara ante la población de cuyo dinero disponen.