Este año que ya termina ha sido un año muy difícil, no solamente para el país, el mundo está viviendo situación de crisis, son muchas las pérdidas de familias y amistades que hemos tenidos, es por eso que finalizando el año y preparándonos para recibir el próximo me llega a la mente una señora del barrio en el que nací. Ella es de piel morena, de estatura promedio, pelo corto canoso por los largos años de vida, rostro un tanto arrugado por el pasar de los años, de complexión lánguida y mirada serena, de voz fuerte y enronquecida por los años y la penuria, de manos maltratadas y callosas por el trabajo indigno, los pies casi siempre descalzos o con una chancleta que no aguanta más arreglos, el vestido gastado y con algunos remiendos. Su paso, cada vez más lento, requiere la ayuda de un palo de escoba que se ha convertido en su bastón.

Sin lugar a duda, en esta época de navidad muchas personas sufren la desigualdad, ella es solo una cruda muestra de la desigualdad social en que vivimos. A esa señora le cayeron los años sin techo, sin alimento, sin salud, sin nada de dónde agarrarse, como se dice popularmente. A sus años es un desafío diario conseguir el café en las mañanas, comer el pan y el arroz de las doce nunca está seguro para ella. Aunque siempre vive enferma, con una tos eterna, le es obligatorio salir a buscar el pan hasta el día en que la cruda muerte toque a su puerta y le robe el aliento.

Para ella no hay Navidad en familia, nadie la incluye en su lista de regalos, en su mesa no hay finos vinos y suculentos manjares, no participa en las fiestas de fin de año y de las conferencias que se realizan en los grandes hoteles donde se discute sobre cómo combatir la pobreza. Posiblemente reciba una cena de algún vecino solidario en un plato desechable y ella lo aceptaría con una gran sonrisa en sus labios, y probablemente les devuelve el deseo con miles de bendiciones que, en realidad, necesita más que nadie. Posiblemente hasta baile bachata, de esas que ponen a alto volumen en el colmado de la esquina y en el que la policía actúa indiferente.

Estoy seguro de que cuando ella fallezca no repicarán las campanas en su nombre. Pueden estar seguros que no habrá panegírico ni bandera a media asta; ningún programa de radio o televisión hablará de ella, ningún edificio o carretera llevará su nombre. El presidente no hablará de ella, ni los senadores ni diputados. Ningún proyecto de ley se conocerá para erradicar el hambre en su honor. Nadie predicará a la sociedad combatir el flagelo de la pobreza que le robó la sonrisa y las fuerzas a esta vieja mujer, condenada a vivir sin tiempo para reír.

En esta navidad y siempre pensemos en los millones de personas que como ella viven en esta navidad un presente precario y un futuro incierto. Es necesario que aportemos desde los diferentes ámbitos en que laboramos para construir un mundo como lo merece la gente buena por la cual trabajamos y luchamos. Un mundo de más iguales, con más oportunidades y desde luego con menos desigualdades.

Para eso tenemos que sumar voluntades, sumar voces, sumar sentimientos de cambio. Sumar para multiplicar la vida, el trabajo digno, el alimento, la salud, la educación y la dignidad de las personas.

Muchos grupos sociales luchan por un mundo más solidario y más humano, pero hace falta más sensibilidad social, más compromiso, reflexionemos para que el próximo año desarrollemos en cada uno de nosotros ese sentimiento de solidaridad, ese sentimiento de aportar a una mejor sociedad, de esa manera contribuiremos a construir un mundo en el que estemos orgullosos de vivir, de cantar y de reír.
Pablo Vicente
Ciudadano

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