I.- La dicha de haber vivido
1.- Arribar casi a los ochenta años de edad con lucidez me permite recordar mi niñez y la vida material y espiritual que, por la precariedad económica de mis padres, me correspondió soportar. Traer a la memoria episodios de mi infancia me facilita pasarle balance a mi existencia y reconstruir recuerdos desagradables que, al cotejarlos con la etapa actual, solo me queda decir que he sido un afortunado.
2.- Una relación de los momentos de mi presencia en el mundo de los vivos me llevan a la agradable conclusión de que al tener vida y poder reseñarla solo me resta expresar que vivir es para mí un privilegio que disfruto y, por la suma de los años vividos, soy un ser humano favorecido con una gracia especial que no esperaba ni he buscado.
3.- He traído a colación el paso por mi vida y el hecho de que ella me ha dado más de lo que le he pedido, porque en los últimos días he pasado momentos de placidez recibiendo distinciones y compartiendo con personas que motivan sosiego y alegría, algo que no es común disfrutar en el ambiente actual dominado por la intriga que solamente lleva al desconcierto.
4.- Mi presencia en la vida pública del país no ha sido ni lo será nunca buscar halagos, distinciones ni reconocimientos, porque jamás me ha pasado por la mente hacer algo cumpliendo con mi deber y esperar compensación. Creo que en todo momento debo estar presto para accionar por lo que es de interés para la comunidad de la cual formo parte. Cada día estoy más persuadido de que al obrar conforme los dictados de mi conciencia estoy haciéndole honor a la obligación que me impone contribuir voluntariamente con obras que pueden ser de ayuda. Estoy impedido de inhibirme donde el deber me manda a colaborar sin esperar nada a cambio.
5.- Por origen social y formación ideológica no soy dado a envanecerme por cuestiones que hago porque estoy obligado a cumplirlas y por las que creo no merecer distinción alguna. No estoy preparado para creerme encumbrado porque se me haga un homenaje, aunque debo confesar que sí, me siento muy bien y mucho más cuando la institución que tiene a bien distinguirme lo hace despojada de cualquier pretensión. Ponerse hueco por un homenaje es propio de personas que desconocen que formar parte de la sociedad humana impone compromisos que hay que ejecutarlos sin hacer cálculos de gratificación.
II.- Los homenajes no cambian mi forma de ser
6.- Si no fuera porque creo tener mi cabeza bien amueblada, hace tiempo que las alabanzas y agasajos me hubieran hecho cambiar mi forma de comportarme, pero no; siempre seré el mismo en mi proceder porque mi madre me hizo de una sola pieza para que no pudiera modificar mi actitud ante la vida.
7.- Por pura casualidad, desde que era casi un niño he sido objeto de distinciones. Antes de cumplir los once años fui premiado con una beca por el Club Rotario de Santiago, por mis calificaciones de 98 en todos los cursos de la escuela primaria. La Academia Santiago me dio un premio de dos años de estudios sin paga por haber sido el estudiante más sobresaliente en el en octavo curso preparatorio. La Secretaría de Estado de Educación y Bellas Artes, me galardonó por obtener tres títulos a nivel de bachillerato. La Universidad Autónoma de Santo Domingo -UASD-, me otorgó el derecho a una beca internacional por haberme graduado con la calificación Magna Cum Laude, en la promoción de abogados de la libertad de 1967. En la década de los 80, en dos ocasiones recibí el premio La Cotorra, en Santiago, por mi defensa de los derechos humanos y por mi posición contra el consumo y tráfico de estupefacientes.
8.- Los citados honores no me han hecho sentir un hombre de otro mundo, porque en cada ocasión me he limitado a cumplir con mi deber con mi madre y el pueblo dominicano que generosamente pagó mis estudios primarios, secundarios y universitarios. Mi compañero de aulas en la primaria, Chicho Cruz; mi amigo de siempre, el empresario Manuel González García, a nivel de preparatorio. El profesor Juan José Estévez, en la secundaria, y todos mis compañeros y compañeras en la UASD, pueden dar testimonio de que en mi trato para con ellos no han sentido la más mínima variación desde el momento que nos conocimos.
9.- Creo que lo único que hace meritorio a un hombre o a una mujer es cumplir con el deber que le imponen las circunstancias sin que sus aportes le dé derecho a sentirse acreedor de retribución económica o distinción alguna. El hecho de contribuir para hacerle la vida llevadera al pueblo; ocuparse para que sus compatriotas disfruten de derechos y libertad en un ambiente democrático solo trae como pago la satisfacción de hacer aquello que debe o que está obligado porque así se lo impone su conciencia y responsabilidad ciudadana.
III.- Un escenario agradable
10.- Recientemente visitó mi oficina el amigo Apolinar Ramos –Polo-, para hacerme entrega de un carta en la que se me informaba que con motivo del 23 aniversario del programa televisivo educativo Convivencia, yo sería objeto de un reconocimiento por mi lucha constante en defensa de los derechos humanos, y por mis grandes aportes al fortalecimiento de la democracia dominicana. Le dije a Polo, que me sentía muy contento con la noticia y que podían contar con mi asistencia al acto. Precisamente, el pasado jueves 22 de marzo me presenté al estudio de televisión donde se efectuaría el encuentro. Es bueno aclarar que Convivencia es un organismo dependiente de la Iglesia católica que tiene como misión fomentar los valores que dan sentido a nuestra existencia, defender los derechos humanos, y hacer de la comunicación un alimento de vida y esperanza.
11.- Una vez llegué al punto del encuentro me puse contento; el buen humor se apoderó de mí; el carácter me cambió de seco a afable por la presencia de tantas personas de sentimientos nobles. Compartir con gente que alegran el espíritu hace que uno se sienta bien, de buen humor. Mi temperamento hace que reaccione gozoso cuando tengo la dicha de compartir con aquellos que me hacen ponerme como niño con zapatos nuevos.
12.- Por el grupo de mujeres y hombres que asistió a la actividad para celebrar el 23 aniversario de Convivencia, podría pensar que Polo había hecho una selección para que todos los presentes se sintieran a gusto, complacidos por entero. Muy encantados con el calor humano que se sentía en el ambiente porque la especie humana está formada para el gozo, no para sentir pesares. Lamentablemente, no siempre tenemos la posibilidad de estar en un colectivo cautivador, atractivo por su trato exquisito.
13.- El cumpleaños de Convivencia sirvió para reencontrarnos amigos y amigas muy queridos. Ahí estaban los familiares de la finada doña Benilda Llenas de Herrera, quien también fue objeto de un reconocimiento póstumo. Es un placer espiritual departir con los hijos de doña Benilda que, al igual que su madre, transmiten dulzura. Ellos son fieles continuadores de la afabilidad de su mamá.
14.- El aire que se respiró en todo el curso del onomástico de Convivencia, fue puro, libre de la contaminación que traen aquellos que adulteran mezclándose; dañan con su sola respiración. Me dio gusto ver frente a mí a Amparin Jiménez de Pichardo; al doctor Genaro Rodríguez; a los periodistas Leoncio Peralta y José Cabral; al licenciado Apolinar Núñez; a mi profesora Elsa Brito; al historiador Robert Espinal; a los sacerdotes Rainer Vásquez, Carlos Santana, Guillermo Perdomo y Antonio Lluberes, y a otros tantos que gozan de mi total afecto y distinción. Uno no siempre tiene la oportunidad de estar entretenido con seres humanos que motivan animación.
15.- En ese ambiente de franca compenetración; simpatía mutua y confraternización, compartí la mesa central del acto con los reverendos Jesús María de Jesús Moya, Ramón Benito de la Rosa y Carpio y Tomás Morel, la familia de doña Benilda y el muy querido hermano de Polo, Faustino –Tino- Ramos. Este grupo de personas, más las rosas que servían de adorno, hicieron del espacio principal un centro conversatorio con hermosas flores como testigos.
16.- El aniversario de Convivencia, y la solidaridad generada por los presentes, no podía pasar sin contar con el encanto de las canciones interpretadas por Nicol Espinal, una niña hermosa que con su expresión artística completó el conjunto de cualidades que simbolizan la lindeza de las mujeres asistentes a la celebración. Nicol con su entonación dio al encuentro delectación fina, placidez espiritual y paz colectiva.
IV.- Reflexiones finales
17.- La alteración afectiva intensa que siento cuantas veces tengo la dicha de pasar un rato ameno con seres humanos que me motivan entretenimiento, afianza en mí la creencia de que por encima de lo degradada que está la sociedad dominicana, todavía cuenta con personas con condiciones para motivar agrado, porque tienen el don de alegrar a los demás con su exquisita presencia, forma de ser y abierta amabilidad.
18.- El reconocimiento de que fui objeto no hubiera tenido el alcance y la gran significación con que lo recibí, si no hubiera tenido la suerte de encontrarme y charlar con amistades, conocidos, amigas y amigos que me conmovieron poniéndome emotivo. Estar platicando durante una hora con amistades que transmiten cariño sincero, franqueza natural y llaneza, me hizo sentir el hombre más feliz de la tierra.
19.- Siempre he dicho y ahora lo reitero, que distinciones, reconocimientos, homenajes y otros halagos no me envanecen, ni me motivan a vanagloriarme; comportarme con engreimiento, ni mucho menos creerme que estoy por encima del bien y del mal. Cualquier muestra de afecto hacia mi persona me llega al alma; el trato cariñoso lo valoro inmensamente; acepto como un fino regalo el que se me valore como ser humano con mis defectos y escasas virtudes. Creo que lo que define a la persona es su actitud ante la vida, y particularmente yo lo único a que aspiro es pasar por este mundo cumpliendo con mi deber mientras viva, aportar dentro de mis posibilidades, y honrar la obligación que me he impuesto de accionar ante todo lo que significa injusticia, sin importar que se manifieste en mi país u otros lugares del planeta Tierra.
20.- Por último, aquellos santiagueros y santiagueras que muy bien me conocen, y no están dañados por la envidia, el odio ni el vituperio, son los mismos de noble corazón que desde diferentes organismos se han ocupado de distinguirme con reconocimientos que yo agradezco y acepto con absoluta humildad.