Muchas veces, los que escribimos con el interés de incidir en el cambio positivo de este mundo que nos ha tocado vivir enfrentamos el desafío de definir un tema que se ajuste a las expectativas de orientación e información de quienes nos honran con su lectura.
Y es ese desafío la base del compromiso de los que optamos por llevar un mensaje de aliento y optimismo en cada trozo de texto. Por eso, quiero insistir en la necesidad de fomentar un cambio que nos traslade a una dimensión orientada a la búsqueda incesante del bien común.
En las últimas semanas, he estado involucrada en casos relativos a serias complicaciones de salud, que incluyen a niñas que murieron cuando apenas comenzaban a vivir.
He tenido de cerca el dolor, la angustia y la peor de las miserias: madres que enfrentan dificultad para proveer a sus hijos de lo necesario para atender sus males de salud. Todo esto ha aumentado en mí el deseo de asumir un compromiso que trasciende la simple retórica.
Pienso que el tema salud, que es una de las acciones más antiguas de la humanidad, tiene grandes necesidades de cambio y de mejoría.
La enfermedad y el sufrimiento, incluso la muerte, retratan la vulnerabilidad de los seres humanos. Y esto es un problema global.
Hago énfasis en este aspecto, porque retrata con mayor lucidez el drama humano y la falta de sensibilidad que suele acompañarlo.
Y esta ausencia de humanismo para asistir al grito desesperado de mucha gente necesitada de ayuda, proviene de actores y sectores que deberían velar justamente por la seguridad sanitaria de la gente.
La cobertura de las aseguradoras, para citar un ejemplo, es parte de este desorden moral y falta de sensibilidad que nos aturde. La ambición desmedida que caracteriza a los regentes de ese negocio, sumado a las tantas enfermedades que no tienen cobertura, hace más patético este estado de cosas.
Los altos costos de medicamentos y servicios excluyen de forma inmisericorde a miles de ciudadanos, muchos de los cuales pierden sus vidas por no tener acceso a las atenciones médicas requeridas.
La indiferencia sirve de adorno para hacer eterno un drama que se repite con miradas apáticas como testigo.
Las acciones para combatir este escenario desolador resultan insuficientes, porque casi siempre responden a situaciones coyunturales y aplicadas con criterio cortoplacista.
Pero habrá siempre una ilusión para revertir lo adverso y volverlas circunstancias sustanciales para construir un mundo nuevo y habitable.
Mi voz seguirá en un desierto que estoy segura recibirá el acompañamiento de quienes como yo aspiran a que nuestra sociedad se convierta en estandarte del humanismo.