Una subvención es un dinero que el Estado entrega a un particular o a un grupo de empresas, sin que tengan la obligación de devolverlo.
A lo largo de la historia, y con diferentes pretextos (ayudar a industrias incipientes, preservar empleos por orgullo patriótico o evitar huelgas rabiosas), se han subvencionado muchos sectores en distintos países.
Al principio, les va muy bien a los subsidiados. Pero a la larga, su destino los atrapa.
La subvención les enmascara una realidad: lo que hacen, otros lo hacen mejor. Entonces como están “ayudados”, se acomodan en su ineficiencia y no modifican sus prácticas. Cuando la subvención se convierte en una carga demasiado alta para el gobierno y se la quitan, ya han perdido demasiado tiempo.
Lo contrario también ocurre. Que les va injustamente bien, porque crean un vínculo mafioso e inquebrantable con los políticos que dan la ayuda . Es el caso del programa agrícola en Europa, que mueve más de 60 mil millones de dólares.
El negocio (para oligarcas agrícolas y politicos) está en mantener el subsidio a toda costa, y no en producir con eficiencia. Mientras tanto, los consumidores europeos pagan los precios más altos del mundo por sus alimentos.
Muchos dicen que si se quita la subvención se pierden empleos. Pero la subvención nunca crea empleos realmente, porque se financia con el dinero de los contribuyentes. Para sustentarla, esos contribuyentes han dejado de gastar ese dinero en lo que quieren, y los empleos que generaría esa decisión dejaron de crearse.
La subvención viola de este modo el derecho fundamental de la gente a gastar su dinero como le plazca. Y beneficia el mantenimiento de empleos que no deberían de existir en detrimento de los que son de verdad necesarios.
Es como cuando se ayuda desde el Ministerio de Cultura a un cantante local porque no le va bien. Se quita dinero al resto de los dominicanos (que no quieren oirlo y por eso no pagan por verlo) y se les priva de usar ese dinero para oir al que realmente les gusta.
Para colmo, el cantante terminará agradeciendo al Ministro en su concierto, y no a la sacrificada audiencia. Que es quien realmente le paga. Y se lo traga.