Es el más viejo de los oficios, y todavía se considera “pecado”. Creamos lo que creamos al respecto, es muy poco probable que la prostitución deje de ejercerse en este mundo. Por más que se prohíba o critique.
Cabe entonces hacer una distinción entre dos tipos: la que es practicada libremente, y la trata de esclavas.
Porque son dos mundos completamente distintos. En el primero, la mujer ejerce su derecho a vivir como quiere y ganarse su sustento de una manera “que le va y le acomoda”. El segundo es condenable y vergonzoso.
Todo ser humano tiene derecho sobre su propio cuerpo, y a quien le guste y convenga vender sus servicios sexuales, que los venda (como quienes venden sus servicios de consultoría financiera o terapia psicológica). Claro está, mientras esto se haga desde la libre elección y no implique abusar de nadie.
En su libro Afrodita desenmascarada, María Blanco aborda el tema con gran lucidez y señala cosas como estas:
Tienes unas determinadas destrezas y las vendes. Como muchos otros hacen. Si este tipo de oferta en el mercado es tan criticado y condenado, no es porque la clientela haya estado insatisfecha, ni porque quienes lo ofrecen sean particularmente más infelices, sino por un asunto de juicio religioso, que lleva años castigando todo lo que tenga que ver con el uso de genitales.
Muchos se indignan porque lo consideran algo sucio y deplorable, pero no se indignan tanto con el trabajo del que limpia cloacas e inodoros, del que cuida enfermos o del que recoge la basura.
Científica y racionalmente no hay ninguna prueba en contra. Ni evidencia de que vender lo que viene del cerebro sea siempre más meritorio.
Se pasa por alto la contribución de las prostitutas a evitar crímenes sexuales, al ofrecer un desahogo fácil a quienes son torpes en la materia.
Al que le resulte ofensiva la existencia de estas “pecadoras”, pudiese ofrecerles una mejor alternativa de vida y un trabajo donde ganen más. O simplemente… evitar su compañía.