En una de sus tantas entrevistas, un exitoso empresario expresó lo siguiente: “Se necesita estar dispuesto a volverse paranoico para poder emprender”.
Porque todo conspira en contra, y las cosas siempre se complican. No bien sales de un problema, cuando te acecha el siguiente. Y solo los que tienen la capacidad de manejar altos niveles de angustia y de aferrarse a un sueño… salen a flote.
Emprender no es para todo el mundo.
Una vez alcanzas cierto nivel de éxito, la mayoría de la gente solo ve el producto final. Que mejoraste tu vida, y compraste una casa más grande o un automóvil del año.
Lo demás…no lo ve:
-las noches sin dormir.
-los momentos en que las cuentas se quedaron vacías.
-el terror a perderlo todo.
-los momentos de fracaso (y la vergüenza que se siente).
-los momentos de desesperación en los que casi lo sueltas todo, pero no dejaste que la emoción nublara tu juicio.
-las traiciones de socios y empleados que jugaron la comedia de ser confiables.
-el sacrificio de los inicios, cuando no hay tiempo para familiares ni amigos.
-lo difícil de decidir, sin una bola adivinadora, con qué suplidores trabajar, a quién contratar, a quién despedir, si remodelar o no, si coger prestado o no, cómo innovar para atraer más clientes…(si te equivocas con este tipo de decisiones puedes incluso hasta quebrar).
-la presión permanente para ser prudente con tus colaboradores…y mantenerte en el camino del medio, entre la firmeza y la bondad, inspirándolos desde tu liderazgo a ser mejores profesionales.
-la impotencia ante el abuso (del Gobierno que te agobia con todo tipo de cargas, de su ineficiencia, de empleados que te roban o se burlan de tus lineamientos, de vendedores que te engañan…).
-el acecho permanente de competidores, dispuestos a cualquier cosa con tal de sacarte del mercado.
-la zozobra del cambio constante, cada vez más intensa en este nuevo mundo digitalizado.
Todos los días, durante todo el día…estás mortificado con algo. Y eres tú el responsable de resolverlo. Nadie más.
Sin jugar a la víctima, sin excusas, aprendiendo de tus errores y abrazando el reto de seguir siempre adelante.
Este es el día a día de todo el que tiene un negocio.
No obstante, existe el consenso generalizado de que los empresarios son una especie de villanos, que tienen lo que tienen porque han explotado a otros, y que merecen que les quiten lo suyo para hacer justicia social.
La izquierda ha hecho un trabajo magistral en presentarlos así ante el mundo. Desprestigiando con fervor y resentimiento al que se arriesga y “tira de la carreta”. Al que carga sobre sus hombros el peso de la prosperidad de un país.
¿O la genera quién esa prosperidad? ¿Los burócratas enchufados a un cargo del Gobierno? ¿Los empleados trabajando por su cuenta, sin una directriz o un orden? ¿Los médicos o abogados? ¿Los periodistas? ¿Los intelectuales?
A todos sin excepción, directa o indirectamente, los mantiene ese villano, con su ansiedad creadora. ¿O quién si no?