Si buscamos en distintas fuentes la definición de justicia, nos encontramos con diferentes explicaciones:
“Justicia es darle a cada quien lo que le corresponde o pertenece. O darle según sus méritos. O según lo que necesite. O según sus derechos…”.
En la Biblia, Dios hace justicia con el bueno, y le regala la salvación eterna. Y la persona justa es aquella que le obedece siendo honesta, recta y compasiva.
El concepto de justicia no solo admite muchas explicaciones, sino que varía a lo largo de la historia y según las civilizaciones. En una época se entendía que se hacía justicia al apedrear a una adúltera. Ahora, a menos que vivas en Afganistán u otro país musulmán, eso no se hace y se contempla como una salvajada.
En términos generales, hay una especie de consenso de que la justicia es una virtud, que antepone el bien común al individual y que busca el orden y la paz. Y las sociedades cuentan con un código escrito para garantizar esa virtud.
No obstante, todo esto sigue siendo muy “amplio” y se presta a muchas interpretaciones. Lo que para un grupo puede ser justo, para otro es totalmente lo contrario.
Unos entienden, por ejemplo, que los hombres deben ser iguales ante la ley, y cosechar según sus talentos y aportes. Que lo justo es que cada cual se quede con el fruto de su esfuerzo. Otros dicen que no. Que como no todos nacen con la misma suerte, hay que privilegiar a los más vulnerables, y quitarle al que tiene para ayudarlos.
Unos insisten (todavía en esta época) que la sociedad discrimina a mujeres, negros y gais, y que hay que asignar cuotas a empresas y otras instituciones para que los contraten obligadamente. Otros entienden que no hay peor injusticia que despojar de un puesto al más preparado, para cumplir con una cuota.
Y están los que dicen que la verdadera justicia es lograr que todos tengan las mismas oportunidades.
Para enfrentarse entonces a una realidad que les tumba el argumento: ¿qué más da que altos y bajitos puedan entrar por igual a jugar baloncesto? Ya vinieron desiguales de fábrica. Como las más bellas cuando entran a la academia de modelaje. O los hijos de un Rockefeller, con respecto a otros chicos, en la misma escuela de negocios. No hay forma de ser “justos” en estos casos.
Así pues, esta amplitud de conceptos opuestos sobre qué es justo y qué no, se presta a que el término sea usado a discreción, como arma política.
En nombre de “lo justo”, el político se hace un traje a su medida. “Lo justo” se convierte en el pretexto perfecto para despojar a un terrateniente de sus tierras (y quedarse con ellas, porque “no es justo que estén baldías”), o para permitir que los “sin casa” ocupen segundas propiedades (y ganar sus votos), o para beneficiar a un grupo de empresarios amigos, (y perjudicar a los consumidores) al impedir la entrada de competidores internacionales (porque lo justo es “proteger lo nuestro”)…
Peligrosa palabra esta, la de justicia. Que a todos seduce, y a tantos engaña.