La palabra “explotación” se define como el acto de aprovecharse injustamente de alguien para su propio beneficio. Por lo general se usa para denunciar y condenar precios demasiado altos o salarios demasiado bajos, ante la mirada de un observador que preferiría otra cosa.

Esta palabra debe ser una de las más poderosas para despertar fuertes emociones, sobre todo de indignación y resentimiento.

Pero cuando nos vamos a desentrañar la realidad subyacente, muchas veces esa indignación no está justificada.

Cuando el precio del pollo sube, por ejemplo, la gente que no conoce sobre la economía y sus leyes de oferta y demanda, suele criticar al comerciante y decir que es un avaro abusador.

Pero no hay nada que preocupe más a un comerciante que tener que subir los precios de los bienes o servicios que vende, por miedo a perder clientes, y terminar ganando menos. Si lo hace es porque los costos para ofrecer lo que vende han subido y no le queda más remedio. En el caso del pollo, a lo mejor subió el alimento, o vino una plaga que mató a muchos.

También hay comercios en barrios muy pobres que cobran más por los mismos productos que lo que cobran en barrios acaudalados. Es muy fácil dejarse llevar por el sentimiento justiciero y decir ¿cómo es posible, que hagan esto con gente tan vulnerable? Pero probablemente operar ahí es mucho más costoso que en otro sitio, porque hay que pagar una seguridad especial para protegerse de robos y asaltos.

Con respecto a los salarios, se suele decir “a esta persona se le paga poco por el excelente trabajo que hace”. Pero no se toma en cuenta ni el tipo de empresa en la cual trabaja (su tamaño, sus posibilidades financieras) ni que esa persona no solo cuesta el salario que se le paga, sino lo que cobra el Gobierno por ella, entre otras cargas.

Hay otros casos en cambio que sí se pueden calificar como abuso genuino.

Uno de ellos es cuando los políticos de turno en el Gobierno entorpecen la libre competencia, porque son socios de un grupo de empresarios, los favorecen al prohibir la entrada de competidores, y entonces les aseguran (y se aseguran) unas ganancias extraordinarias. Todo esto en detrimento de los consumidores.

Otro es el caso de médicos que han dejado la vida para poder prepararse (y comienzan a producir su sustento mucho más tarde que otros profesionales) y les toca ejercer en países que regulan de tal manera lo que pueden cobrar (porque es “injusto” que se cobre mucho por el derecho de otros a “tener salud”), que no logran compensar con ingresos dignos el enorme sacrificio que han hecho. En esos países termina ocurriendo que los jóvenes no estudian medicina y los mejores talentos se van a ejercer a países donde esta regulación no existe. Sus plazas terminan siendo ocupadas por los menos competentes, y baja así la calidad del servicio médico en general.

Paradójicamente estos casos, que sí califican para ser considerados como “explotación”, no se entienden en su justa dimensión y suelen pasarse por alto.

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