Frecuentemente vemos como las palabras conflicto, disputa, crisis, violencia, diferencia o guerra, son tratadas como si fuesen sinónimas, desconociendo que, usadas con precisión, refieren al menos realidades distintas aunque muchas veces estrechamente relacionadas.
Por tanto, a propósito del título de este artículo es importante decir que el conflicto, sin referirme exclusivamente a Venezuela, sino al sistema de las relaciones sociales en su conjunto, es consustancial al propio ser humano y consecuentemente, a la propia sociedad.
De manera que un conflicto gestionado y resuelto de la mejor manera puede constituirse en la fuerza motriz de cambios profundos que resulten beneficiosos a mediano y largo plazo para las partes en disputa.
Para ser más preciso, la divergencia o incompatibilidad en la persecución de dos o más objetivos entre dos o más actores, sean estos individuales o grupales, es lo que se denomina ‘conflicto”.
Esos objetivos perseguidos, interrelacionados entre sí forman una especie de sistema. Posteriormente una contraposición o incompatibilidad entre varios objetivos o intereses en pugna dentro del propio sistema de objetivos, degenera en un conflicto que, no resuelto, afecta no solo a la salud del propio conjunto en el que conviven, sino a la universalidad del espacio intersistémico.
Pareciera ser esta la realidad de lo que ha pasado en Venezuela. Intereses políticos y económicos forman un sistema de gobernanza que, al entrar en colisión con los métodos y acciones de grupos diversos que por demás exhiben ideologías distintas, han provocado la degradación de la buena convivencia hasta generar un escenario que no solo influye negativamente en las relaciones de poder interno, sino que también amenaza la tranquilidad política de toda la región. En suma, en Venezuela existe un conflicto de grandes proporciones.
Pero los conflictos nos permiten distinguir entre aquellos conflictos de intereses y los de motivaciones profundas. Los primeros, negociando en función de intereses y no en función de posiciones o posturas son más fáciles de negociar y gestionar si se logra establecer algún tipo de compromiso entre los intereses en pugna.
Los segundos –más parecido a lo que ocurre en Venezuela- son más difíciles de resolver pues han de ser literalmente “resueltos”, lo que, supondría prescindir o reformular radicalmente los valores “u objetivos” en disputa, o vencer por “nock out” con métodos de “persuasión” a una de las partes contendientes.
De ahí que antes de intervenir en un conflicto para gestionarlo, resolverlo o transformarlo, es necesario analizarlo, visualizando tres elementos constitutivos como si fuesen los vértices de un triángulo: a) el problema b) los actores implicados y c) las conductas de los actores y su propensión a la violencia y, para el caso venezolano, el contexto internacional o el “timing” en el que se encuentran los acontecimientos
La mediación por tanto debe abordar integralmente todos los factores que inciden en el conflicto, sin tomar a la ligera ninguno de ellos o, por el contrario, tomando como referencia algunos en desconocimiento de los demás.
Igualmente y quizás lo más importante de la mediación es que debe partir de la premisa inmaculada de la buena fe y de la imparcialidad. La única parcialidad que se permite es aquella que alude al innegociable principio de la paz.
Mediación como medio de solución de conflictos.
El Derecho Internacional Público clásico aceptaba como lícito el ejercicio de la fuerza armada como medio para resolver los conflictos internacionales. Esta postura no se superó sino hasta la adopción del pacto Briand Kellog, firmado en parís el 27 de agosto de 1928 mediante el cual se condena la guerra como medio para resolver los conflictos y se renuncia a ella como método de política nacional en sus relaciones recíprocas.
Más tarde, la Carta de Naciones Unidas en su artículo 20, párrafo 3 establecería que: “Los miembros de la Organización arreglarán sus controversias internacionales por medios pacíficos (…)”.
Este ordenamiento jurídico que responde al Derecho Internacional Público con carácter Erga Omnes es el portador del espíritu generalizado de, independientemente que los conflictos se enmarquen en las relaciones entre Estados o que estén sujetos al orden interno del Estado como en el caso de Venezuela, debe abogarse por su solución pacífica. De acuerdo al Art. 33 de la Carta de Naciones Unidas, los medios pacíficos de solución de conflictos –internacionales sobre todo- se dividen en dos: diplomáticos y jurídicos. La mediación, la negociación, los buenos oficios, la conciliación, entre otros son medios diplomáticos. En cambio, el juicio, las conferencias estatales Ad Hoc y el arbitraje pertenecen a los jurídicos.
Cada uno de estos medios son utilizados con criterios bien claros pues, aunque en algunos casos puede darse una conjunción entre mediación y buenos oficios, por ejemplo, esto jamás sucederá entre un medio diplomático y uno jurídico al mismo tiempo.
En el caso de Venezuela es importante conocer, no solo la realidad y los elementos constitutivos del conflicto en sí mismo, sino también la arquitectura del sistema de medios que pone a disposición de los Estados el Derecho Internacional.
Mencionar el arbitraje al referirse al proceso que directa o indirectamente impulsa Naciones Unidas y la Unión Europea, en el que República Dominicana participa como mediador, no solo denota desconocimiento, sino que podría poner en peligro la incipiente búsqueda de vías advenimiento y de diálogo, pues el arbitraje, aparte de que es un medio jurídico, conlleva consigo la posibilidad de un “laudo arbitral” que resulta vinculante y obligatorio para las partes, no así la mediación.
Preocupante que, la mediación en un conflicto de motivaciones profundas, como resulta ser el caso de Venezuela, solo da resultados cuando, aparte de la imparcialidad del mediador, confluyen condiciones mínimas de cambio de actitud de los actores en disputas que, llevadas del modo correcto, desemboquen en concesiones mutuas en pro de la paz y la democracia, algo que no ha sucedido aún.
Por último, la legitimidad de los actores sentados en la mesa es determinante. La oposición venezolana está atomizada, en parte gracias a estrategias del propio gobierno madurista y en parte por la codicia de poder desenfrenado y desarticulado de diversos bandos al mismo tiempo, esto sin contar que algunos solo quieren “resolver” sus propios problemas olvidando el interés común.
En este nuevo intento de diálogo en República Dominicana parecen repetirse los mismos errores que en las pasadas ediciones. La primera acción de la oposición es siempre negar que se está buscando un diálogo y luego aparecen sentados en la mesa con el gobierno.
El secretismo mueve el morbo y el chisme resultante destruye, en política, las más encumbradas reputaciones. La oposición no tendrá apoyo del pueblo si no le habla la verdad. A quien más le interesa el diálogo en este momento es al gobierno de Maduro pues el tiempo se le agota y la comunidad internacional ya no está siendo indulgente con sus procedimientos antidemocráticos, lo que le ha acarreado complicaciones económicas con la Unión Europea y con los Estados Unidos.
Si desaprovechan esta oportunidad ya no habrá mediación posible que salve a Venezuela de la situación dolorosa en la que se encuentra. Incluso República Dominicana resultaría perjudicada.