El próximo domingo iniciará un nuevo gobierno luego de dieciséis años continuos de mandatos del PLD y también un nuevo Congreso Nacional cuya conformación varió significativamente como resultado del voto popular, llegando a su fin la mayoría que controló dicho partido desde el 2006, y que se convirtió en super mayoría en el 2010, año en que se reunificaron las elecciones presidenciales y congresuales.
Eso significa que para muchos jóvenes será la primera vez que verán en el poder un partido distinto, que conocerán un presidente del Senado diferente y que tendrán la oportunidad de conocer muchos nuevos funcionarios, pues durante muchos años solo vieron envejecer los mismos rostros del comité político que ocuparon la mayoría de las posiciones.
En medio de la crisis sanitaria más grande que ha vivido la humanidad desde hace un siglo, que ha causado una recesión económica sin precedentes y cuyas consecuencias reales aún se desconocen, constituye una bocanada de aire fresco y da motivos de esperanza la llegada de nuevas autoridades que prometieron un cambio, aunada a las señales correctas que se han dado a la fecha de un nuevo estilo de gobernanza que inicia marcado por una comunicación abierta y un espíritu reformador para reducir un agigantado gobierno y un irritante dispendio de recursos públicos.
En toda obra humana como en cualquier vida, siempre hay luces y sombras, aspectos positivos y negativos, y lo más importante siempre será lo que preponderó y que marcará lo que se recuerde, a sabiendas de que lamentablemente un hecho malo puede empañar toda una trayectoria, riesgo que aumenta mientras más largo es por ejemplo el ejercicio del poder, y mientras más se extiende la esperanza de vida, como lo hemos visto antes y nos lo recuerda lo que acontece en España.
Aunque en una democracia es un hecho ordinario que unos vengan y otros se vayan, en nuestro país cuya historia ha estado profundamente dominada por el caudillismo, todavía sigue siendo especial este momento, pues los gobernantes caen en el error de creerse eternos y los funcionarios en el de sentirse habitantes de un Olimpo en el que cual dioses se sienten por encima del bien y del mal, y sobre todo de la ley y la justicia.
Ha sido un paso de avance que el presidente electo haya dado a conocer prácticamente a su gabinete completo, cuya característica principal es la preparación y cualidades técnicas y no la pertenencia a las estructuras partidarias, y que lo haya hecho con suficiente antelación para organizar una transición, que no solo ha servido para que se avancen gestiones en áreas tan neurálgicas como la recuperación de nuestro importante sector turístico, sino para que los actuales y los nuevos funcionarios puedan apreciar la temporalidad y saber que con el inexorable paso del tiempo los últimos también tendrán que entregar a otros tantos. Pero es un paso atrás, que so pretexto del requerido distanciamiento se haya cambiado el protocolo de la juramentación, pues la presencia del presidente saliente es un ejercicio democrático y un símbolo importante, como lo es incluso en algunos países la de los pasados presidentes.
Esta corta y por tanto activa transición ha apresurado el paso para dejar inauguradas obras, aunque no estén del todo listas, devolver favores, otorgar permisos, concluir asuntos, hacer cambios o tomar decisiones que beneficien a determinados funcionarios y hasta para dictar resoluciones para intentar lavar culpas sin mayor recelo de la ética que los firmantes se supone tienen a cargo defender.
Pero esa prisa por hacer o deshacer es siempre mala consejera, y lo que deberían tener presente, tanto las autoridades salientes como las entrantes, es que todo tiene su hora y que a todo le llega su fin en este mundo, que lo único que cuenta es salir del cargo con una gestión adecuada que exhibir, y no un enriquecimiento ilícito que esconder, y que es mucho más fácil iniciar que terminar, porque para lo primero basta un mandato, pero para la segundo es preciso tener las cuentas y la conciencia claras. Por eso lo importante no es como se entra, sino como se sale, y eso no lo determinan ni las campañas mediáticas, ni las frías estadísticas, ni las loas de los parciales, sino el implacable juicio de la historia.