El país, desde de los años 90 hasta el día de hoy, ha vivido dos momentos fulgurantes y de crisis globales: a) restablecimiento de las relaciones diplomáticas con Cuba-1998, b) eclosión de la gran crisis financiera global-2008, c) establecimiento de relaciones diplomática con China-1918 (poniendo fin RD-Taiwán 1944-1918; aunque previo, desde 1931, ya teníamos relaciones con China); y d) la pandemia global Covid-19 que, además de crisis sanitaria, ha devenido en crisis socioeconómica y a poner de manifiesto, una vez más, el carácter desigual y egoísta del actual orden mundial donde las grandes potencias, en mayoría, han priorizado inmunizar sus poblaciones, acaparar las vacunas y definiendo un sistema de redistribución -excedentes- en función de demanda-país y geopolítica.
En un escenario global así, el haber establecido relaciones diplomáticas con China fue una decisión-país de visión estratégica que nos ha permitido estar entre los países menos rezagados de la región ante los estragos sanitarios de una pandemia que muta constantemente. De modo que, desde 1994 -crisis política-electoral (reforma)- hasta el 2020, el país, diga lo que se diga, ha avanzado inmensamente y en todos los órdenes incluido el de la agenda social histórica acumulada -con énfasis 2012-2020-. Negarlo, sería de necio o miope.
Y es de tal importancia sociohistórica y política lo alcanzado desde 1994 hasta acá, que podríamos decir que, hasta en término de superestructura política-cultural, el país avanzó, pues, vía marcha verde -antes de ser asaltada y teledirigida por actores políticos y sociedad civil disfrazada de “opinión pública”-mediática (“políticos de la secreta”)- la ciudadanía hizo conciencia colectiva del fenómeno histórico-estructural corrupción pública-privada y, mejor aún, la asoció con pésimos servicios públicos, rezago en educación pública y acumulación rápida de riquezas de políticos, empresarios, militares, burócratas, técnicos y bocinas “periodísticas” -gobiernistas y oposicionistas- de ocasión o bando (¡nada nuevo!).
En síntesis, que no podemos hacer tabla rasa de ese proceso traumático -postdictadura trujillista 1930-1961 y bonapartismo balaguerista 1966-1978-, obviando que, a pesar de altas y bajas, hemos avanzado como país y que estamos ante gran dilema: o nos diluimos en ajusta cuentas de partidos políticos -partidocracia-, lucha circular contra corrupción pública-privada, sistema de justicia de colindancias políticas-empresariales; o contrario, concretamos un gran pacto-país sobre las reformas pendientes, para, entre otras cosa, encarar la crisis global y evitar entrar en crisis de gobernabilidad por el impacto socioeconómico de la pandemia y la confrontación entre actores fácticos que bien podría descarrilarnos.
Y con esto -¡Dios me libre!-, no estoy abogando por ningún “borrón y cuenta nueva” sino visualizando el círculo pernicioso de la retaliación política cíclica-selectiva o, que todo se diluya como “agua de barrajas”. ¡Piénsenlo!