Este 5 de marzo se cumplen siete años del día en que el comandante Hugo Rafael Chávez Frías nos dejó físicamente para entrar en la inmortalidad y la historia. Parece que fue ayer cuando la humanidad progresista y millones de personas en Venezuela y el resto del planeta rindieron postrer tributo a su vida y obra. En medio de la tragedia irreparable, sus compañeros juraron continuar su obra revolucionaria, y no rendirse bajo ninguna circunstancia. Y lo han cumplido.
Para América Latina y el Caribe, Hugo Chávez no solo fue el continuador de la obra libertaria de Bolívar, el revolucionario incansable que batalló contra las injusticias en su patria y sentó las bases para una sociedad más justa, sino también el paladín de las causas de la paz, la democracia y la libertad para el resto de los pueblos del mundo. Se opuso a las agresiones imperialistas y sionistas, luchó junto a Fidel y su pueblo contra el bloqueo inhumano, apoyó a las naciones del Caribe con solidaridad ejemplar y desprendimiento para que pudiesen avanzar en medio del alza de los precios del petróleo, y sobre todo, fue el gran integrador de nuestras naciones, antes separadas por la hegemonía imperial y la labor anti democrática de las oligarquías locales. La Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), PetroCaribe y el ALBA son testimonio de esta lucha.
Con su ignorancia tradicional sobre la verdadera naturaleza de las transformaciones sociales en la historia y del carácter y reservas morales y patrióticas de nuestros pueblos, el imperialismo norteamericano, la reacción venezolana y sus lacayos en el resto del continente, apostaron por destruir la Revolución Bolivariana aprovechando la desaparición física de Chávez; sacaron mal las cuentas, creyendo poder doblegar a un pueblo indómito y consciente que escogió como lema el de “Leales siempre, traidores nunca”, y que ha contado con la dirección del presidente Nicolás Maduro, junto a otros dirigentes, los que han mostrado una reciedumbre político-ideológica que el enemigo no sospechó.
Pocas veces en la historia un estadista ha tenido que enfrentar agresiones, presiones, campañas de descrédito, terrorismo, bloqueos, guerras económicas, intentos de magnicidio y amenazas de invasión, en la magnitud e intensidad como lo ha hecho, con ejemplar fuerza moral y estoicismo, Nicolás Maduro. Hasta sus más enconados enemigos reconocen que, para la continuidad del proceso revolucionario en Venezuela, la elección de Chávez resultó justificada. Hoy la Revolución Bolivariana sigue su marcha y el pueblo no ceja en su apoyo a un proceso accidentado y convulso, pero vivo.
Este es el legado de Hugo Chávez, y a la vez, el mejor de los homenajes posibles a su memoria: la preservación y continuidad de la Revolución misma. A pesar de los problemas, los sacrificios, las agresiones y los desafíos.
Hugo Chávez sigue venciendo desde la eternidad. Y lo hace cada vez que su pueblo propina una costosa derrota a los planes del enemigo. No han podido, ni podrán. No hay marcha atrás, y en esta noble contienda el pueblo venezolano no está solo.
Porque como quedó escrito en la Segunda Declaración de La Habana, del 4 de febrero de 1962, “… esta gran humanidad ha dicho ¡basta!, y ha echado a andar. Y su marcha de gigante ya no se detendrá hasta conquistar la verdadera independencia, por la que ya han muerto más de una vez inútilmente.”
¡Chávez vive en su legado!