La atención del país estuvo concentrada en la audiencia de medidas de coerción de la “Operación Antipulpo” como ha sido denominado un expediente de investigación de corrupción por la Procuraduría General de la República, y aunque esto es solo el inicio de lo que será un largo proceso, más allá de las controversias que se derivan de estos casos, de la justificada sed de justicia, de la esperanza en el cese de la dañina impunidad, del intento de politizar las acciones y de victimizar a los imputados, la sociedad debe analizar, reflexionar, estar atenta y extraer las muchas lecciones que desde ya nos brinda el proceso.

Debemos recordar que como relatan los Evangelios Jesucristo nos enseñó que “no hay nada oculto que no haya de ser manifiesto, ni secreto que no haya de ser conocido y salga a la luz”, y que la gloria, el poder y la fama son efímeros y pasajeros, como quedó grabado en la célebre alocución latina “Sic transit gloria mundo”, que significa “Así pasa la gloria del mundo”.

Y esto es válido no solo para los que salieron del poder o los que hoy lo detentan, sino para todos, pues el bien y el mal existen en todas partes y por eso la historia de la humanidad es una interminable lucha entre estos.

No todos nacemos con un marcado sentido de justicia ni con los talentos y vocaciones para asumirla como profesión, pero en algún momento de nuestras vidas todos hemos resentido el insufrible peso de una injusticia o apreciado la fortuna de que se nos trate de manera justa, lo que naturalmente adquiere mayor relevancia cuando se trata de un proceso judicial en nuestra contra o de un familiar o amigo.

La trayectoria de cada uno es lo único que determina su peso específico en la sociedad y su real valoración, pues todo lo que se consigue a fuerza de complicidades, de adulaciones, de presiones y temores será pasajero, y por eso solo el accionar le irá ganando a cada cual el respeto o el irrespeto, pues por más verdades que intenten taparse, siempre la colectividad sabrá quien es serio y quien no lo es.

Las alturas del poder generalmente nublan la razón y la visión, creyendo algunos que reinarán por siempre y que garantizan su impunidad seleccionando jueces y fiscales parciales que estén dispuestos a archivar cualquier acción judicial y a no dar curso a justificadas denuncias ni realizar investigaciones judiciales como sucedió. Y aunque esto pueden lograrlo por un tiempo, tarde o temprano llega el momento en el que ya no se esté en el poder, y su mayor garantía paradójicamente será ser juzgados por quienes no dependan del poder político y simplemente busquen impartir justicia.

El Consejo Nacional de la Magistratura ha tenido decisiones desafortunadas, y muestra de ello es no solo que dio término a la carrera de una juez emblemática como Miriam Germán en una grotesca evaluación que fue todo menos eso, sino que entendió que un magistrado de las condiciones de José Alejandro Vargas no merecía ser tomado en cuenta para la Suprema Corte en razón del escalafón, ya que no era juez de segundo grado, lo que lo hizo renunciar de su aspiración con la dignidad que lo caracteriza, pues en sus propias palabras prefería seguir “allá abajo en el Palacio de Justicia codeándose con los mal olientes y los pobres, tratando de que las garantías y la justicia llegue hasta ellos.”
La coincidencia de este proceso con una nueva convocatoria de dicho consejo debe servir para que sus actuales miembros comprendan que un currículo sin trayectoria es mero papel, que los más merecedores serán los que menos aspiren y hay que incentivar que participen, y que aunque algunos puedan pensar que la mejor garantía es nombrar acólitos como otros hicieron, eso es solo un mal remedio para tapar culpables y un impedimento para quienes desean buscar justicia, lo que todos en algún momento quisiéramos se nos haga.

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