En toma de decisiones influyen razón e intuición; mediante balance de ambos polos se hacen las mejores elecciones, supuestamente.
Sin embargo la experiencia es también que la mejor decisión resulta ser aquella que no sometemos a mucha reflexión, intuitiva.
Así, pensar mucho antes de decidir no es siempre lo conveniente, sin que eso se entienda como actuar a la ligera, sino asegurar hacer la decisión.
Mucha reflexión puede provocar postergarla, evitarla, lo que finalmente es peor que una “mala” decisión. Hay riesgo de equivocarnos en cualquiera de las dos vertientes, que pensemos mucho o no sobre la cuestión que ocupa.
Acostumbrarnos a confiar en nuestra intuición fomentará agilidad en decisiones; seremos más seguros y audaces, absolutamente.