Soy optimista por naturaleza. Aborrezco quejarme, derramar lágrimas sin noble causa. Escuchar un “no puedo” lastima mi sien. Me desagradan los masoquistas, los que gozan sufriendo y cuando saludas responden, con una mueca, que se los está “llevando el diablo”. Esquivo, además, a los que huyen del éxito, a los ciegos de horizontes, y los hay de todas las clases sociales, razas y nivel académico. Presento algunas reflexiones al respecto, con optimismo.

Dicen que los que se detienen nunca ganan y los ganadores nunca se detienen. Por eso hay que avanzar, aunque sea gateando. No nos sentemos a lamentarnos, que los quejidos dañan el ánimo. No hay cosa más pésima que el pesimismo; por ello me fascinan los emprendedores, admiro a los que siguen sus sanos instintos, a los que no se “tiran a muerte”, incluso en la peor de las circunstancias.

El triunfo no se compra ni se hereda, se alcanza con sacrificio y empeño. Solo se coronan los que se lanzan al ruedo y toman decisiones sin miedo, combinando la razón y la acción. La vida aplaude a los que confían en sí mismos, a los sanos protagonistas, a los que saben que ellos son los responsables de sus propios destinos. Quien ama lo que hace vive satisfecho y sus propósitos los alcanza usualmente con facilidad.

Los que sobresalen han sufrido caídas (a veces entre más estrepitosas mejor) y esos desplomes los motivan a empinar y alzar vuelo. Las heridas que provocan los tropiezos, bien curadas, endurecen la piel. Quien se valora enfrenta gallardamente los obstáculos y tiende a vencer y, algo hermoso, su conducta contagia voluntades y de su cuerpo resplandece un aura que hasta puede tocarse.

Seamos optimistas, que ese sentimiento es mágico y transforma para bien lo que hacemos.

No nos concentremos en el pequeño punto donde no nos fue como esperábamos. Si solo resaltamos esa leve derrota, ese espacio se agigantará tan rápido que en poco tiempo engullirá la corona lograda. De las adversidades debemos siempre buscar el lado positivo y luego asumirlo con ganas y desarrollarlo con amor. Si lo hacemos, el fracaso quedará lejos y será como una gota de agua en el mar, que al recordarlo estaremos conformes de que haya sucedido.

El mundo no es color de rosa. Los caminos tienen obstáculos, trampas, hay fieras que nos acechan. No siempre salimos airosos en el recorrido. Cuando flaqueamos y nos atrapan tenemos la posibilidad de levantarnos y arrancar de nuevo con más entusiasmo, luchar para zafarnos de las garras y seguir la marcha con más fe o, en cambio, dejarnos morir. La decisión es nuestra. ¡Vivir es decidir, marcados por el optimismo!

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