Por más de un año se mantuvo la incertidumbre de la preparación para el regreso a clases presenciales. Se planteaban una serie de interrogantes y debatían posiciones acerca de: ¿Cuándo es el momento adecuado para regresar a la escuela? ¿Existen las condiciones para garantizar el cumplimiento del protocolo y prevenir una oleada de contagios del COVID-19? ¿Vale la pena arriesgar la salud de los niños, el personal de las instituciones educativas y de sus familias? ¿Cuál es la prioridad, educación o salud?

Finalmente, inició el año escolar en modalidad presencial y aún en medio de tantas disyuntivas, las inquietudes han sido válidas. Sin embargo, por sobre todo, lo que sigue teniendo relevancia es que con las clases presenciales se puedan recuperar los aprendizajes de los estudiantes y consigan alcanzar el dominio de las competencias que están establecidas para su grado. Ahora es relevante, además de las precauciones y la prevención del virus, poner atención en los procesos de enseñanza aprendizaje, que estos se desarrollen con el nivel de calidad requerido y se cumplan las expectativas que, tanto los actores del sistema educativo como la sociedad, esperan.

Las clases presenciales han retornado y no hay duda de que, con el regreso a la escuela, niños/as, jóvenes, las familias, docentes y la gestión de los centros educativos están regocijados y esperanzados en recobrar lo perdido. No obstante, otro reto surge. La experiencia en años escolares desarrollados en condiciones normales ha demostrado que más que estar en el contexto escolar se precisan esfuerzos para que, además de garantizar las condiciones óptimas para la enseñanza, se desarrolle una docencia de calidad centrada en el aprendizaje. Todos los actores, sin excepción, deberán aportar para que el tiempo en la escuela sea realmente efectivo y en beneficio de nuestros/as alumnos/as.

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