De algo hay que estar seguro en lo concerniente a las relaciones entre República Dominicana y la República de Haití, es de la porosidad de la frontera y la vulnerabilidad que se ha evidenciado y la ausencia de controles reales producto de la falta de controles, tanto del lado haitiano, como del dominicano. Es evidente el hecho de que quienes tienen los controles de la protección fronteriza no son los ideales representantes de la soberanía de ambos pueblos, sino los negociantes y auspiciadores del deterioro de la vida de quienes habitan a ambos lados de la división fronteriza.
Las provincias dominicanas ubicadas en la línea divisoria, Montecristi, Dajabón, Elías Piña, Independencia, Bahoruco, Pedernales, Santiago Rodríguez son las más pobres, quienes tienen una mayor tendencia a abandonar los espacios que ocupan porque no ven esperanzas en quedarse allí. Una única explicación: carencia de inversiones públicas y privadas que les permitan tener acceso a un estilo de vida y un trabajo dignos, que les permita unos ingresos decentes para poder quedarse en su lar, y no autocondenarse a la migración continua de los padres las descendencias.
Para buscar una alternativa de sobrevivencia se creó el Mercado Binacional. La Unión Europea ayudó a construir la infraestructura que humanizara y dignificara el intercambio comercial. Esta colaboración se inscribió en el marco de asistencia a antiguas colonias, fondos de Lomé IV.
Como resultado de estos esfuerzos, en el año 2001, se aprobó la ley 28-01, qué establecía un régimen de incentivos fronterizos que procuraba promover la inversión privada en condiciones favorables para quienes toman la iniciativa de invertir y emprender en la Línea. La frontera es parte de la Patria, invertir en ella es defender la dominicanidad.