Hay preguntas retóricas que son necesarias, ¿sentirse pesimista es una tara? No crean, amables lectores, que voy a recurrir a hacer un recorrido por los yerros eternos que cometemos los de estastres cuartas partes de isla, y que es nuestra carta de presentación, cuando de identidad hablamos. Quiero presentar un dejo de optimismo por el inicio del año escolar. Al igual que en otras oportunidades, el mundo de ilusiones que se carga en una mochila nos vuelve a invadir, la apuesta a que ahora sí nos lleva y pensar en nuevos esquemas y propuestas, nuevo currículum, nos mantienen firmes: este año será el mejor.
Se ha hecho un Pacto Educativo que, como siempre, lleva un alza salarial de por medio, una promesa de no hacer huelgas, un compromiso de incrementar el número de clases en calidad y en cantidad y una sarta de un largo etcétera.
América Latina y el Caribe deben tener el récord del mayor número de reformas educativas, casi todas importadas, inspiradas en modelos por objetivos, primero, que respiraban humanismo a borbotones, pero con una pizca de neoliberalismo que convertía a la escuela en una industria generadora de productos competitivos, a los cuales solo se les pedía resultados buenos, si no; óptimos.
Europa creó el Acuerdo de Bolonia/Plan Bolonia, para unificar todos los sistemas educativos universitarios en 29 países pertenecientes a su Unión y lo importaron a Latinoamérica y el Caribe. Muy dentro del Plan subyacía la idea de crear un modelo por competencias, que obedeciera a la lógica del mercado, quebrando el sentido humanista del modelo por objetivos y buscando formar a un individuo con habilidades para la producción, un sujeto del trabajo, al que poco le importe el devenir sociocultural de su pueblo; ahí llegamos los dominicanos. Sigo siendo realista.
El modelo por competencias hace pensar que llenar el país de politécnicos es la salvación para un sistema educativo que lo regentea el Minerd y lo determina la ADP. El producto del ingenio humano es lo más importante y lo están llevando a cosificarse.