La ciudadanía implica inherentemente un sentido de pertenencia. La indiferencia, por el contrario, implica la falta de inclinación hacia algo o alguien. Por tanto, dista de todo sentimiento que oriente su interés, afinidad, hacia algún asunto o persona.
Ser indiferente ante los problemas sociales que nos afectan es una amenaza para la democracia y para la ciudadanía. El constante flujo de noticias de asaltos, feminicidios y otros se ha hecho tan habitual que se corre el riesgo de no sentir asombro ni preocupación por tales asuntos. Lo mismo pasa con los problemas medioambientales, a los cuales me referí en el articulo del pasado lunes 22 de julio, las infracciones y las carencias de nuestros pares.
Ante nuestra incapacidad de empatía y proactividad, muchas prácticas nocivas para la ciudadanía y la democracia se han normalizado. Mientras que prácticas esenciales como el respeto a la luz roja en el semáforo, ceder el paso, ayudar al anciano a cruzar la calle, son prácticamente extintas. Así también, se hace habitual presenciar casos de violaciones de derechos, corrupción, destrucción del medioambiente y agresión sin que produzca el más mínimo asombro que nos alerte y nos mueva a involucrarnos en la solución del problema.
Por todo lo anterior, es necesario que aquellos que conservan cierto grado de sensibilidad ante estas problemáticas, utilicen todos sus medios y recursos para promover la empatía, la solidaridad y el sentido de pertenencia, para no ser cómplice por pasividad de situaciones que nos involucran a todos como ciudadanos. Se hace oportuno y necesario que nos veamos reflejados en el prójimo y que practiquemos estos valores a la luz de la canción de Pedro Guerra “Cuídame”, cuando canta: “no maltrates nunca mi fragilidad. Pisaré las tierras que tu pisas. No maltrates nunca mi fragilidad. Yo seré la imagen de tu espejo. No maltrates nunca mi fragilidad. Soy la fortaleza de mañana”.