Con el confinamiento al que nos hemos visto sometido por el Covid-19 han aflorado múltiples fortalezas y debilidades humanas que de alguna manera estaban escondidas o reservadas, quizás para cuando llegaran momentos como estos y que se iban a necesitar o que iban a salir para permitir vivirla, sufrirlas y enfrentarlas.
En el primer grupo hemos sido testigos de múltiples acciones de solidaridad con los más necesitados y vulnerables; una tremenda creatividad para acompañar y brindar expresiones de afectos a los que físicamente están solos; las importancias de las redes sociales y familiares no podía ser mejor expresadas.
En el otro extremo, contemplamos con pesar el sufrimiento de personas que están rodeadas de personas, pero que no habían tenido tiempo de mirarse y de darse cuenta que como familia no han construido lazos ni vínculos afectivos que les permitiera sobrevivir este encierro en paz y armonía. El tema de las parejas disfuncionales o con historia de violencia ha cobrado caro en el confinamiento; ese estar encerrado con el enemigo ha hecho que estos servicios de protección y respuesta se hayan mantenido con alta demanda. Médicos y psicólogos han continuado brindando servicios de manera virtual, aunque conscientes de que presencialmente podría ser mejor. Las instituciones que ofrecen estas ayudas han mantenido abierta sus puertas, aunque con una cobertura limitada por reducción de su personal.
Por ello decimos que la pandemia ha sacado lo mejor y lo peor del ser humano. Algunos aseguran que después de esto seremos mejores personas; otros dicen que no, que pronto se nos olvidará y volveremos a ser iguales. En cualquiera de los casos habremos aprendido quienes estamos solos y bien acompañados (por tener redes de amigos y familiares) y cuales mal acompañados.