Disneiry Betances es solo un ejemplo. Siempre oyó hablar de que la participación política era para delincuentes, que una persona honesta no debería estar envuelta en esos menesteres. Rompió el esquema, participó y hoy es concejal electa por la Circunscripción Electoral # 1 de Santiago de los Caballeros. Ella es parte del 52% que son las mujeres en el padrón electoral que, si se disponen, pueden ser la mayoría en todos los organismos de participación política.

Según la Junta Central Electoral, las mujeres representan el 52% de los votantes en República Dominicana, pero en las pasadas elecciones municipales solo ganaron el 42.8% de los cargos elegibles, con el óbice de que los cargos, en su mayoría, son los de menor nivel. Son datos como para alegrarse, por el avance, pero también para preocuparse porque siguen evidenciando una brecha grande que separa a la mujer del hombre en términos de ocupación y participación. Las cifras presentadas evidencian progreso. Cada vez la representación femenina es más significativa en la función pública y en el diseño de políticas públicas que se encaminen a superar la discriminación y los comportamientos culturales que suelen justificar estereotipos de inequidad.

Las muestras de superación se inician con el derecho al ejercicio al sufragio femenino que, como conquista del s. XX, presenta el sesgo de que las mujeres blancas alcanzaron el derecho al voto primero que las mujeres negras. A pesar de ello, con la incursión del desarrollo industrial, también vino el desarrollo de conciencia en la visión de mujer como cosa, viéndose vindicadas con el movimiento de las Sufragistas, este Movimiento apostó al derecho de la mujer a elegir y ser elegida. Basta poner el ejemplo de Rosa Luxemburgo, que se enrola en la creación de un partido político para luchar por la emancipación de la clase trabajadora y participación en los espacios de toma de decisiones.

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