La historia de la humanidad, sobre todo en la sociedad contemporánea, ha contribuido a crear una mezcla peligrosa: lo político y lo económico. Un sistema que fusiona la democracia y el mercado y que judicializa la participación en actividades que reivindiquen a los pobres del mundo, siempre será corrompido.
El gran peligro es que el Mercado, el Dios Mercado, trace las pautas y que los valores democráticos lleguen a su fin en espera de la data que traza la relación oferta y demanda.
La visión del aire de mujer es parte de este escenario cuando la política empieza a ser ejercida por ellas. En las legislaciones hechas por hombres, pensadas en masculino, los valores ciudadanos se han visto amenazados y han sido sobrepuestos por unos valores productos de las nuevas catedrales.
Cuando en la República Dominicana se legisla para la participación de la mujer en el laborantismo político, se estaba firmando el acuerdo para que la solidaridad, la tolerancia, el respeto, la diversidad y la multiculturalidad, pero la iniciativa fue castrada cuando el mercado puso porcientos a la participación de la mujer en las decisiones de Estado a través de ejercer cargos públicos.
Hoy, la sociedad de la postverdad está construyendo una idea de mujer que no se resigna a recibir órdenes, ni a hacer oficios o semiprofesiones que les reservaron los redactores del Contrato Social. Esas mujeres ya no son quienes llevan en el alma la lozanía y en el corazón la inocencia para dejarse manipular, ni las destinadas a llevar un capullo como forma de verlas frágiles, son la esperanza de una sociedad que languidece sin una nueva ciudadanía. Y en el quehacer político, fuera del Mercado, está su escenario del as transformaciones que han de venir.