Una de las quejas más frecuentes del profesorado dominicano es la escasa o nula presencia de las familias en la educación de sus hijos. Esta voz de alerta de la escuela conjuntamente con los casos de deserción escolar, los embarazos en adolescentes, la indisciplina y falta de valores que se observan en muchas de nuestras escuelas son un reflejo de lo debilitado que está el sistema familiar.

Se culpa a la escuela y al sector educativo cuando los resultados académicos no andan bien, y al gobierno que esté de turno, de la mayoría de los problemas sociales que nos afectan. Si bien es cierto que la escuela y los gobernantes tienen un alto grado de responsabilidad en todo ello, hay que cuestionar también el papel que está desempeñando la familia, que además de dejar sola a la escuela en la tarea de educar a sus hijos, la desautoriza para ejercer su función educativa.

Observé con tristeza un padre de familia que presentaba una denuncia en una institución en la que me encontraba y a cuyo hijo le retuvieron en la escuela un cigarrillo electrónico que usaba en el receso. El argumento que con más fuerza empleaba el padre era “tienen que devolvérmelo, yo se lo compré y es mi dinero”. Si en la cabeza del padre está bien que su hijo menor fume y omita las normas escolares, qué le espera a la escuela y a la sociedad.

Resulta interesante para los fines de este artículo el valor que el pedagogo y filósofo suizo, Jean-Jacques Rousseau, le atribuye a la familia en su libro el El contrato social, al considerarla como la más antigua de todas las sociedades y primer modelo de las sociedades políticas. Estas consideraciones del escritor arrojan bastante luz para comprender algunos fenómenos políticos y sociales que nos impactan hoy de forma negativa.

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