Cruzamos por tiempos convulsos, en los que los cambios que se producen afectan los tipos de familia. Sin embargo, necesitamos el seno familiar para avanzar, para superarnos, para crecer.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) define familia como “el conjunto de personas que conviven bajo el mismo techo, organizadas en roles fijos (padre, madre, hermanos, etc.) con vínculos consanguíneos o no, con un modo de existencia económico y social comunes, con sentimientos afectivos que los unen y aglutinan”.
Analizando detenidamente los cambios en el tejido social que afectan la familia, esta no podrá ser la misma que la de hace algunos años. Para adaptarse y evolucionar, debe dar respuesta a los requerimientos de la sociedad en la que está insertada.
¿Nos preguntamos si ha evolucionado para bien o para mal?
En primer plano apreciamos la inestabilidad familiar, afectada por divorcios, infidelidades, donde los valores que fortalecen el compromiso han desaparecido o se ignoran.
Desde nuestro punto de vista, la funcionalidad familiar prioriza lo material, el consumismo utiliza la emocionalidad para resaltar lo superfluo, dejando en segundo plano, o muy difusos, valores como la afectividad, la solidaridad, la integridad, el respeto, entre otros.
Hoy nos enfocamos en la importancia de los diferentes tipos de familia y su función.
Hasta hace poco hablábamos de familia nuclear, compuesta por padre y madre e hijos y familias extendidas. Actualmente estos segmentos abren espacio a multitud de conformaciones, entre ellas, familias biparentales con y sin hijos, familias homoparentales, familias reconstituidas, familias monoparentales, de acogida, adoptivas y familias extensas.
Esta diversidad, originada por la inclusividad, indica que la estructura familiar no es lo único determinante para la funcionalidad de la familia, importan las reglas bien establecidas, el respeto mutuo, el afecto, la armonía, entre los miembros de la familia.