En la familia, los hijos además de recibir herencia genética reciben cultura, creencias, fe, ideología, afinidades, aversiones; elementos que les permiten integrarse socialmente con una guía y dar importancia al comportamiento y la conducta.
La ética en la familia sirve como referente para el comportamiento de cada miembro. La moral, en cambio, se encarga de la decisión individual y depende del grupo social al que se pertenece. Obedece al juicio del individuo frente a valores aceptados, para realizar o no una acción.
Los valores son abstracciones, logros comunes que dan sentido y estabilizan una cultura. No son individuales, sino que se transmiten de generación en generación, familia y sociedad. (JDA 1992). Los valores inculcados en la familia son puntos de referencia para el comportamiento social.
El entorno social influye en el comportamiento individual. Lo podemos apreciar cuando los grupos de presión inciden en la conducta del individuo, que choca con lo que se haya fortalecido en el ámbito familiar. Un niño o niña es presionado e influenciado desde fuera del núcleo familiar y los padres no tienen control sobre el efecto que esto tenga. Los patrones de comportamiento que rompen con la ética crean en la mente de los niños o niñas necesidades y metas irreales, conduciendo a comportamientos indeseables ante las normas establecidas desde la familia y las normas sociales.
Al tomar consciencia de los valores que se promueven dentro de la familia y lograr que se fortalezcan, se alcanza una sociedad emocionalmente sana y operativamente funcional.
Parte de la dicotomía está en la cultura de TENER para alcanzar valoración social; ya que, para alcanzar objetivos, el individuo deberá respetar el marco ético, donde prima el SER, porque cuando SOY puedo HACER y consecuentemente TENER respeto por las normas, los derechos y evidentemente la Ética.