La familia es la base fundamental de la sociedad, y como tal contribuye al desarrollo integral de sus miembros. Es el grupo social donde las personas desarrollan capacidades para relacionarse y establecen vínculos permanentes que perdurarán a través del tiempo. Sin embargo, una familia funcional necesita que sus miembros compartan elementos como las creencias, los valores y aprendan pautas de relación que den sentido y valor al comportamiento.
Hablar de ética y familia requiere que entendamos la ética como el conjunto de normas que rigen el comportamiento del individuo sirviendo para preservar la integridad física, psicológica y relacional del individuo en el entorno social.
Razón por la que encontramos familias en las que las normas y límites están claramente definidos y los individuos viven dentro de un marco de comportamiento regido por el respeto a normas establecidas. Sin embargo, hay otras donde rige la satisfacción individual y como consecuencia, los comportamientos ignoran el respeto de los derechos ajenos y los acuerdos de convivencia.
De allí la importancia de la familia en el desarrollo del ser social, ya que permite al individuo identificar el marco ético de comportamiento, y convertirlo en personas que respetan las leyes y las hacen respetar.
La ética enseñada desde la familia es la forma idónea para evitar que se produzcan conflictos en las relaciones de los individuos al salir del reducido núcleo familiar e integrarse a la sociedad, preparados para establecer lazos como matrimonio o sociedades, o actuar adecuadamente cuando esos lazos se rompen o cuando se da un divorcio. Es la ética personal la que permite el manejo adecuado dentro de lo justo, inteligente y necesario para las partes. La ética da al individuo un marco de referencia para el cumplimiento de los deberes familiares y ciudadanos.