David Hume, en un título de estudio no muy comercial denominado Justicia en la investigación sobre los principios de la moral, escribió: … por muy grande que sea la falta de sensibilidad de un individuo, con frecuencia tendrá, este hombre, que ser tocado por las imágenes de lo justo y de lo injusto; y por muy obstinados que sean sus prejuicios, tendrá por fuerza, que observar que sus prójimos también son susceptibles de experimentar impresiones parecidas…
De lo expuesto por Hume se debe inferir que el fin no puede ser considerado como medio para alcanzar otro fin, lo que nos lleva a afirmar que el ser humano debe ser un fin en sí mismo, sin importar su condición social, política, cultural o étnica.
Es que son los seres humanos, como tales, quienes están llamados a construir el nuevo accionar en donde deben acoger el mundo moral en su especificidad y dar una razón flexible sobre él y sus habitantes, haciendo que los mismos crezcan libres sobre ese mundo del cual tanto se jactan, pero que les toca humanizar y sensibilizar.
Para ello se necesita una tarea moral, en la que no se invoque a héroes que lleven al máximo su humanidad, simplemente necesitamos una Ética de Mínimos, que no es de perfección, sino del máximo de satisfacción, dentro de lo posible, con un aceptable nivel de respeto, en donde los deseos, aspiraciones, propuestas y preferencias de los ciudadanos se desarrollen como hechos insobornables, por ser el producto de una práctica ciudadana que nunca será distante del aspirantado de toda la sociedad que observa desde las graderías el desmembramiento moral que le aturde.